sábado, abril 29, 2006

15.- Drosófilo Enobarbo, sibarita desinformado.

Drosófilo Enobarbo, amante irreprimible de todos los placeres, empeñó lo que le quedaba de su otrora inmensa fortuna en un reciclador eterno de alimentos selectos y medicinas infalibles modelo Cornucopiax V3000. y en un completo juego de bellísimas robots ninfas que cumplieran todos sus deseos, con las que se embarcó en su yate espacial, al que le imprimió una trayectoria hiperbólica en un viaje de ida que abandonó para siempre el espacio conocido.

Hedonista, pero no insensato, Drosófilo era consciente que aunque el hardware de los artefactos que había contratado estaba absolutamente garantizado ante cualquier avería por plazos mucho más largos que una vida humana normal, cabía la posibilidad de tener que reprogramar las preferencias de usuario o solucionar cualquier incidencia tonta e imprevisible, lo que le obligaría a estudiar los manuales de instrucciones, tarea que se le antojaba insoportable, por lo que se cuidó de equipar también su nave con un androide explicativo Pedant-X500, al que le programó, por si las moscas, sólo cuestiones relativas al funcionamiento robótico, no fuera a ser que cuando se viera obligado a consultarlo en vez de explicarle fácil y sencillamente todo lo necesario para modificación de perfil, le importunara con cuestiones filosóficas y científicas.

Tras meses de intensos placeres en el espacio profundo, a Enobarbo se le antojó programar un ligero cambio de actitud en sus complacientes acompañantes, para lo que activó el hasta entonces inerte pedagogo autómata Pedant-X500, que procedió a explicarle los parámetros a modificar en el menú del modelo de ninfa Omana-69, en un nivel didáctico intermedio.

El intelecto abotargado de nuestro epicúreo no comprendió absolutamente nada, así que se vio obligado a elegir un nivel didáctico inferior.

Tampoco comprendió nada, así que decidió elegir un nivel inferior en el menú del androide.

Tras tres fracasos sucesivos, en el útlimo de los cuales el siempre paciente pedagogo autómata se había visto obligado a recurrir a cubos de colores y marionetas, nuestro frustrado y estólido usuario había agotado la secuencia principal de niveles del menú. Había todo un surtido de instrucciones especiales en secciones laterales del menú, pero desgraciadamente, Drosófilo no había tenido la precaución de adquirir un androide que le explicara el funcionamiento del androide explicativo, y todas aquellas configuraciones se le hacían incomprensibles.

Probó a aguantar unos meses más con las, por otra parte, bien amplias características complacientes de sus ninfas tal y como estaban ya configuradas, pero al fin hastiado de la rutina, y sabiendo que ya no disponía de crédito para hacer una llamada por hiperonda al número 906 del servicio técnico, decidió arriesgarse eligiendo la opción especial de "Presentación didáctica especial de entorno dramático amplio y configuración flexible, indicada para casos de especial insuficiencia cognitiva", que parecía muy prometedera, y la programó en el grado de prioridad máxima.

Con cierta precaución, el amo y señor de aquel yate vio como el Pedant-X500 despertaba, saludaba respetuosamente a su amo y le informaba de que los datos necesarios para aprender la tarea que debía enseñarle irían siendo inculcados en un proceso continuo, altamente interactivo, en el que tomaría un papel toda inteligencia artificial presente en la nave. Por la gran facilidad y eficiencia del proceso didáctico, éste llevaría su tiempo, algo que hasta a alguien de tan poca sesera como Drosófilo le pareció obvio; como de todas maneras odiaba que le metieran prisa, dio su confirmación definitiva al inicio del proceso y contempló ocioso, mientras devoraba lánguidamente un cucurucho de trufas del Chernobil/Perigord, cómo el androide procedía a impartir todo tipo de órdenes de control a ninfas, ordenador de la nave y demás elementos robóticos presentes.

Todo fue bien al principio. Los primeros días Enobarbo siguió dedicado a su disfrute, y de vez en cuando una de las ninfas interrumpía su agradable conversación para espetarle con un guiño picaruelo informaciones de este estilo:

-"¿Sabes que estoy equipada con un controlador logarítmico de intensidad del tacto que se puede definir desde 0 a 2,71? Los controles están situados en mi barriguita. Toca aquí, mira."

Aunque tenía cierta gracia, Drosófilo hizo pocos avances y se cansó pronto de aquel juego. En unas semanas, reaccionaba a estos intentos de hacerle aprender, por primera vez en su vida, algo, de forma bien airada.

-"¿Sabes que mediante unos suaves toques en mi nuca se puede graduar la temperatura de mi boca y mi grado de salivación?"

-"¿Quién te ha dicho que hables, perra mecánica? ¡¡¡Sigue chupando, maldita!!!"

Pero una de las características de aquel programa era que ante la resistencia del sujeto, incrementaba la intensidad de sus esfuerzos. Pronto fue perseguido por todo el reducido interior de la nave por una legión de pedantes e insistentes ninfas, profesor, mini robots de mantenimiento, regadoras automáticas y recogedores de residuos, todos asaeteándolo a preguntas y respuestas día y noche. Intentó reprogramar al Pedant-X500 infructuosamente: el menú era demasiado difícil. Cuando el profesor androide le comentó, con lo que le pareció sarcasmo, que si quería aprender a reprogramarle, podía añadir esos datos al programa de aprendizaje sobre ninfas que actualmente estaba en curso, Enobarno se dejó llevar por la ira y aplastó el cerebro positrónico del preceptor con un mazo de doce kilos por control remoto de los que se usan para cascar la costra del sabroso marisco de Kraken-5.

Esto, como era de esperar, desvaneció toda esperanza de detener el programa educativo, que siguió in crescendo. Un día se vio cogido a traición por una parte muy dolorosa de su anatomía por Atalanta, la más atlética de sus nifas, que afirmó que no le soltaría hasta que le recitara las opciones básicas del menú principal. Otros intentos de coacción se sucedieron.

Con dolor de su corazón, Drosófilo se vio obligado a atraer a sus descontroladas ninfas a una emboscada con la que las arrojó al espacio a través de la esclusa de aire. Ayudado de su mazo autopropulsado de abrir marisco, no tardó en silenciar a los más pesados y prescindibles de entre sus robots más sencillos, y se resignó a una vida de placeres solitarios enfocada, principalmente, en sabrosas comidas y bebidas.

Fue en ese momento cuando su sintetizador de alimentos de lujo Cornucopiax-3000 comenzó a suministrarle tan sólo pan y agua, y libros de robótica. No pudo hacer nada por reprogramarla, y no podía destruir aquella máquina imprescindible para su supervivencia, que se mantenía sorda a sus amenazas e insultos, o todo lo más, insinuaba que podía oírle sintetizándole cuestionarios de examen adornados con lemas del tipo "El duro estudio conduce a una vida regalada".

El piloto automático de la nave tampoco le permitió volver al espacio conocido, y aún en este momento, Drosófilo Enobarbo continúa a pan y agua, hasta el lejano día en que aprenda todos los detalles de programación y manejo de un modelo de robot de placer y compañía que hace muchos años que ya no le acompaña ni le produce el más mínimo placer.