sábado, abril 29, 2006

16.- Samantha Budenbrook, sicalíptica mercenaria.

Samantha Budenbrook, avezada estrella del strip-tease en fase declinante, pronto se aficionó a aquel inmenso alien fungoide que iba a verla cada noche.

Había empezado algo indeciso, pero al ver que todos los demás clientes del show remuneraban a Samantha no sólo con aplausos, pronto adoptó la tónica general y se convirtió, con diferencia, en el que más billetes y talones deslizaba entre las ranuras de su escote y otros huecos incitantes de sus escasos atavíos.

Así que cuando, al terminar un show, el fungoide grandullón le hizo señas de que la siguiera, ella le acompañó hasta su hotel bastante ilusionada.

Esos espectáculos eróticos no deberían permitir la entrada a niños, pero, en un universo tan variado ¿quién se va a dar cuenta de que una masa ovalada de tres metros de alto y fuerte como un tanque es sólo eso, un ejemplar muy joven, casi un bebé?

Los Klamchenianos son poco cuidadosos con sus crías porque casi nada en el mundo puede asustarlos o dañarlos. Los padres se van de viaje de negocios y dejan a los infantes solos en sus suites, con un fajo de billetes e instrucciones de que lo gasten cuidadosamente.

Y eso hizo este pequeño Klamchetino; salía todas las noches a pasear, se compraba cien litros de helado, y entraba en una tienda donde se exhibía una preciosa y pequeña muñequita, que visto el uso que le daban los otros transeúntes, era una muñeca hucha que cuando se le introducía dinero se contorsionaba grácilmente.

Todas las noches la prudente cría de Klamchetino guardaba en la hucha la vuelta de su compra de helado; no es que tuviera mucho miedo de que alguien fuera a robárselo, pero le fascinaba el funcionamiento de aquel juguete.

La víspera del regreso de sus padres, de todas formas, el pequeño se dio cuenta de que tendría que dar cuenta del dinero gastado, y como era honesto y bien educado, no pretendía quedarse con nada que no le correspondiera; así que esa noche se llevó la hucha a la suite de su hotel y la abrió.