viernes, julio 21, 2006

41.- Elmer Zenario, jinete de bestias voladoras.

Era valiente, astuto, y diestro con la espada y las riendas. Nadie le igualaba en la lucha y en la doma de las grandes bestias aladas que eran el orgullo de los jinetes del Límite Vertical en el planeta Dagón 13, en los bordes de Stigma Draconis. Pero, ay, Elmer Zenario, soldado de fortuna, era ya viejo, y corto de vista, y se dejaba llevar demasiado lejos por su gusto por la bebida.

Bien entrada una noche, a la salida de la Posada de la Fórmula tras una copiosa cata de la especialidad del establecimiento, se confundió de montura. Un incidente que en otras circunstancias podría, como mucho, generar un malentendido molesto con otro jinete, aquella vez tuvo consecuencias trágicas. El dragón volador que tomó por equivocación no estaba domesticado: era una hembra criadora, ansiosa por encontrar nuevas fuentes de nutrientes para sus hambrientos pequeñuelos. Llevaba varias noches probando aquel truco, con éxito y completamente desapercibida hasta que un par de semanas después fue descubierto su ardid por un celoso vigilante de las tasas de aparcamiento que harto de no poder localizar al dueño de aquel animal que llevaba acumulada una docena de multas, decidió seguirlo hasta su nido.

Había llegado ya la época de aprendizaje del vuelo, y la patrulla de la Guardia que asaltó el lugar no encontró ya en él dragones, ni jóvenes ni maduros. Sí estaba, en cambio, lleno de restos de sus víctimas: huesos mondos, harapos rasgados con violencia y raídos por la intemperie, fíbulas y vainas, espadas que para nada habían servido a sus dueños, y entre ellas, las placas vacías de la armadura de Elmer Zenario, esparcidas como cáscaras rotas de huevo en lo más desolado de un nido vacío.

Moraleja: si bebes no conduzcas. Y si te van a llevar, mira con quién te montas, que hay mucho bicho raro suelto.

miércoles, julio 19, 2006

40.- Klako de Raake, tirano empalador y mala persona

Las arenas del tiempo ya casi no caían en el reloj del anciano Klaako de Raake; su sangre negra y venenosa a duras penas le fluía por las venas, y prácticamente ya no manaban gotas de la antigua clepsidra que marcaba las últimas horas de su vida en el patio de su fortaleza ancestral. Para colmo, la próstata tampoco le iba demasiado bien. Klaako era viejo, y malo, y más feo que Picio; todo en él pregonaba la decadencia de una antigua y perversa estirpe. Los pelos que brotaban de sus orejas como una selva negra y artera se habían tornado grises y lánguidos, sus uñas se resquebrajaban apenas alcanzaban una longitud de diez centímetros y sus axilas desprendían un olor extraño que no podía disimular el eterno conjunto de capa negra y levita que eran sus galas señoriales. En completa soledad recorría los angostos y polvorientos rincones de su castillo con una bujía mortecina entre los dedos, en busca de un último siervo al que atormentar, de un excursionista perdido, de un simple cachorro de murciélago caído de su nido con el que alegrar sus últimas centurias en una pequeña orgía de sufrimiento y sangre. El último vástago de la antigua e infame Casa de Raake lamentaba amargamente la extinción de la servidumbre; no es que ésta se hubiera extinguido como institución jurídica en Daagón 13, planeta sin más leyes que las de la fuerza y la magia, pero desgraciadamente, tanto él como sus antepasados se habían pasado con la explotación y caza de tan preciados recursos humanos, hasta más allá de sus capacidades naturales de recuperación: la severa, pero recta, disciplina de los señores de Raake de horca, cuchillo, látigo de nueve colas y espetón rectal de seis metros (de ahí lo de disciplina recta) se había visto amargamente recompensada por sus ingratos súbditos con una extinción biológica, no legal: sin duda la expresión definitiva de una huelga de brazos caídos. ¡Villanos desleales!.

Por eso mismo, pero también por los antiguos códigos de nobleza, la hospitalidad al transeúnte era un valor a mantener en las posesiones de la Casa de Raake. No sólo se daba asilo al que entraba en el castillo por su propia voluntad, durante tanto tiempo como quisiera y mucho más tiempo de propina; también, llevado por ese fervor de dar cobijo al vuajero, el astuto Klaako llenaba los poco transitados caminos de montaña que eran las únicas vías de comunicación de su feudo con trampas y cepos destinados a los incautos. Pero ni aún así las visitas se incrementaban, y el pobre y vetusto señor de Raake vagaba por su castillo aburrido y triste, sin nadie con quien jugar, víctima de una sociedad cruel e insolidaria que margina a los que son diferentes.

Hasta que pasó por allí Simplicio Rifarull, tahur y estafador intergaláctico de cambiante fortuna, que huyendo de acreedores y otras desgracias naturales como rotura de huesos de la pierna y caídas al río con zapatos de cemento (que es natural que te pasen si no pagas tus deudas) había juzgado que el bucólico paraje de las Montañas Negras de Ultrasilvania, donde el señorío de Raake se ubicaba, sería un lugar seguro para tomar las aguas una temporada mientras se escondía en Daagon 13 por una temporadita. Tras un breve malentendido inicial, en el que el ansioso Klaako dispensó a su huésped el tratamiento tradicional, es decir, discurso de bienvenida, banquete a la luz de las velas, droga en el vino, traslado y encadenado a las mazmorras, flagelación a modo de aperitivo y ejercicios de estiramiento en el potro, el aburrido señor de Raake vio que el ameno y mundano Simplicio podía darle un entretenimiento duradero si lo trataba como un recurso no renovable. Con una simple bola y cadena de doce kilos, pero aparte de eso, plena libertad para moverse por los empinados escalones de las trece torres del Castillo de Raake, Simplicio proporcionó a su nuevo amo horas y días de diversión grata e instructiva: habían comenzado con charadas y adivinanzas en el potro y la rueda, pero fue mucho más divertido aprender a jugar al mus y al póquer descubierto al amor de una lumbre en la mesa camilla, y oir relatar a Simplicio miles de anécdotas y descripciones del complejo y luminoso universo exterior de los Mil Mundos. Tanto disfrutó Klaako de la compañía de Simplicio Rifarull que al percatarse de su fuga con parte de las joyas familiares lanzó tras él los perros rabiosos y los grajos amaestrados de picos ponzoñosos a los que recurría en estos casos con cierta reluctancia, y cuando las bestias de presa volvieron al castillo con las garras y los picos limpios de sangre y restos de carroña, el viejo señor no sintió la ira y frustración habitual. Tan sólo sintió una leve pena por no poder estar presente cuando a su antiguo prisionero le hiciera efecto la poción retardada que le había inoculado en una tarde de humor absurdo, una pócima que haría que a su víctima le creciera la nariz y orejas de burro cada vez que mintiera o se tirara un farol jugando a las cartas, por el resto de su vida. ¡Ay, hubiera estado bien poder ver eso!.

Le quedaba de herencia de su paso el recuerdo las largas tardes de cháchara y casino, y legados más útiles: su conexión pirata a Teranet por medio de una antena de ala de dragón de doce metros que le permitía estar al tanto de las noticias de los Mil Mundos, y de paso, también le permitía acceder de forma gratuita a las taquillas de Snuffmovie Channel y de viriles deportes de contacto como el Bloodball y el Massacration. Ya no se aburría tanto Klaako, aunque era consciente de que estos estímulos virtuales no eran un sustituto sano ni suficiente de una genuina interacción social, del calor humano que brinda un corazón aún palpitante arrancado por tus propias manos.

Pero le brindaban acceso a un vasto cuerpo de tesoros culturales cuya existencia nunca había soñado, e inculcaban en él la simiente de nuevas ideas. Bien informado ya de las últimas tendencias en turismo ecológico y de disfrute sensual, alumbró un plan que se le antojó genial, que pensó sin asomo de duda que pondría remedio a sus desafortunadas carencias sociales. Un plan cuyo primer paso pudo verse en todos los sitios de información sobre ocio y viajes con la forma de este anuncio:


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SODOMITAS TODOS.

De la misma guisa que otros loan las virtudes de los recriadores de héroes detectives cuando para solaz del público hacen representar en cualquiera añosa mansión un remedo de un crimen que ha de ser escudriñado por los testigos del mismo, que se desempeñan de investigadores o de víctimas y en esos papeles se afanan con tesón pese a haber pagado a cambio de tal privilegio y ser en la realidad huéspedes de pago de una posada que en vez de sirvientes se surte con actores y comediantes, con no menos gana debe alabarse al anfitrion de la antigua mansión del Señorío de Raake que, para disfrute propio y de una centena y dos decenas de selectos invitados que habrán de abonar su entrada, declara su voluntad de remedar la Obra Clásica de la Literatura de Placer y Experimentación intitulada "Las ciento veinte jornadas de Sodoma", en la que se acometen sobre un grupo de complacientes siervos todo tipo de sabias y artificiosas búsquedas de hasta el último recoveco del placer y la vileza que puede albergar el ser humano. Los invitados serán objeto de las intensas atenciones del poderoso y severo Señor Klaako de Raake, que repetirá en ellos y sus domeñados cuerpos hasta la última de las perversiones y torturas que el libro expone, y tantas como se le ocurran en el plazo de ciento veinte días naturales.

Los interesados en participar en esta minuciosa obra de reconstrucción histórica y literaria deberán abonar la cuantiosa suma de doce millones de pengos langhornianos y firmar un meticuloso descargo ante escribano por el que renuncian a ejercer queja o represalia por los daños que pudieran acaecerles durante la experiencia. No sería ocioso que del mismo escribano reclamaran audiencia para dictarle testamento.

Preciso es leer el folleto en pdf para saber de más detalles.
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No es que Klaako de Raake utilizara habitualmente un léxico tan arcaico. Entre los tesoros de cultura consultados antes del inicio de su plan, se encontraba un texto que le había impresionado especialmente: una compilación de los bandos del Profesor Tierno Galván, que había sido alcalde de Madrid siglos antes. Aquel estilo alambicado, retórico y retorcido, aquella engañifa constante so capa de erudición se adaptaba como un guante a las sinuosidades engañosas de la negra alma del malvado señor de Raake, como si fueran espejo de sus ansias y sus fuegos interiores, de su ideología y su visión del mundo. Klaako no podía evitar sentir simpatía por el autor de aquella, su fuente de inspiración estilística. Admiración que devino simpatía cuando por medio de una antigua imagen advirtió que, además, compartían cierto parecido físico, aunque tal vez Klaako era más apuesto, y no precisaba gafas.

(continuará, que va a ser larga, y tengo mucho trabajo)