lunes, mayo 29, 2006

37.- Buenaventura Sescama, solipsista susceptible.

La vida era un angustioso discurrir entre un piélago de enemigos para Buenaventura Sescama. ¿Qué intenciones ocultaba el saludo de aquel tipo por la calle? ¿Qué pensaba de él aquella muchacha que le sonreía? La mayor parte de sus inseguridades eran, como podrá suponerse, más o menos infundadas; aunque basada en un fondo de verdad, era también exagerada su sensación de que una general opinión de él como un majadero y un inadaptado se extendía por toda la Galaxia en ondas expansivas de rechazo que se propagaban a velocidades antirelativistas e iban abarcando cientos de mundos y billones de personas. Pero era sólo exagerada porque al pobre Buenaventura a duras penas lo conocían una pequeña parte de los gatos de su casa, tan sólo aquellos cuya mirada le parecía menos enigmática, a los que permitía el acceso ocasional al armario empotrado en el que gustaba de pasar los días en una sensación de relativa seguridad.

Entre su vida en aquel recinto y ocasionales y tensas salidas al equismercado de la esquina para comprar pechugas de pollo y comida de gato, discurría aquel pobre humanoide su vida, en un terror continuo del que se podría decir que dominaba sus días sin grandes sobresaltos.

¿Y qué días eran ésos? Eran los días anteriores a los Protocolos; unos días de incertidumbre y maravilla, en los que las Dimensiones del Pensamiento eran un descubrimiento reciente, un territorio por explorar sin normas ni fronteras, por el que telépatas y transcendentes iban y venían, abriendo caminos y puertas entre aquellos mundos y el nuestro, trayendo dones inimaginables que solían ir envueltos en Cajas de Pandora.

Pero incluso en esos días en los que todo podía pasar, era bastante sorprendente el hecho de que una mano desconocida aporreara la puerta de un armario empotrado en un dormitorio cerrado por dentro en lo más profundo de un apartamento cuyos accesos estaban vedados a todo el mundo por una docena de cerrojos y sistemas de seguridad, además de por cuatro toneladas de desperdicios diversos, pues nuestro pobre sujeto no era precisamente un perfecto amo de casa.

Y esto es justo lo que le pasó a Buenaventura Sescama aquella tarde: unos suaves, se podría decir que educados golpecitos, sacudieron desde fuera la puerta de su armario. Demasiado aterrorizado para caerse al suelo muerto allí mismo, Buenaventura esperó en la oscuridad con los ojos como platos, hasta que la misma mano que golpeara la puerta del armario abrió lentamente sus hojas.

Era un hombrecillo verde, del tipo usual. Buenaventura no lo reconoció, aunque aquel tipejo con cabeza de calabacín, piel de melón, cabellera de brécol, dedos como sojas germinadas y ojos de patata, y que para colmo, se llamaba Arcimboldo XG-457, se haría en poco tiempo universalmente famoso e infame como el primer experimentalista zuchino con poderes telepáticos, demiúrgicos y transcendentes. Afortunadamente hasta su recuerdo ha sido erradicado por el Cónclave Protocolario, y no ha vuelto, ni puede volver a haber otro como el Gran Arcimboldo, porque cualquiera que sepa los problemas que causan los experimentalistas zuchinos con sus platillos errantes y su gusto compulsivo por las abducciones y los experimentos imprudentes se podrá hacer idea de que un zuchino con unos poderes semejantes a los de los dioses era más peligroso que una piraña en..., mejor dicho, más peligroso que un mono con parkinson con un dedo apoyado en... no, mejor dicho, que una manada de dinosaurios hambrientos, rabiosos, racionales, superinteligentes y equipados con... no, mejor no.

¿Para qué perder el tiempo en comparaciones? En una escala de peligro del uno al mil, el riesgo potencial que supone un zuchino casi omnipotente no se puede expresar en números naturales; ni grande ni pequeño, al mismo tiempo infinitamente bueno, infinitamente malo, irrelevante, irreversible y transitorio: el mismo Cantor se hubiera vuelto loco ante la tarea, hubiera abandonado las matemáticas y hubiera iniciado una carrera de cantante vagabundo acompañado de su famoso Conjunto. Arcimboldo el Zuchino era el Peligro de los Mil Mundos y de un millón de universos paralelos.

Pero para el inseguro Buenaventura alí sólo estaba un hombrecillo de aspecto inofensivo y con un cierto aire a ensalada precocinada, que le resultó extrañamente tranquilizador, aunque no se dio cuenta de que ello era sólo por voluntad de su omnipotente huésped.

Naturalmente, Arcimboldo hubiera podido salvar al pobre Sescama de sus problemas instantáneamente y para siempre con sólo desearlo. El mismo Doctor Erskine Deleuze, el genial terapeuta del Edipo Complex, sin más poderes que la extrema capacidad profesional hubiera podido hacerlo, de haber sido contemporáneos. Pero para Arcimboldo hubiera sido demasiado fácil, y aburrido.

Durante el piscolabis que ofreció Buenaventura a su inesperado visitante, el primero en su vida de anfitrión y que consistió en unas pechugas de pollo a la plancha y varias botellas de Viña Andrómeda de la mejor cosecha que aparecieron de la nada, estuvieron hablando de los problemas y miedos que aquejaban a Sescama, de los que, como era de esperar, tenía Arcimboldo el Grande más información que la propia víctima, de forma abierta y relajada. La solución que le ofreció el zuchino omnipotente a Sescama hay que reconocer que no carecía de grandeza: un universo privado, sólo para él.

Sólo para él, pero no solitario. Miles de millones de galaxias, trillones de habitantes rodearían a Sescama en una intrincada, activa y siempre renovada trama de apariencias físicas y vivencias sociales. Sería, eso sí, el único habitante real de aquel universo, y todo lo demás una ilusión de los sentidos, por lo que no tendría nada que temer de las intenciones ocultas de seres que eran sólo elaboraciones de su propia mente. Un solipsismo demostrado y de funcionamiento garantizado de por vida, pero no una imitación de realidad virtual, una engañifa de baratillo, sino un verdadero, genuino universo físico propio, emergido por los poderes de Arcimboldo de la espuma evanescente de las Dimensiones del Pensamiento, y dentro del cual a su único habitante se le conferirían poderes demiurgicos inconscientes y continuos que crearían a su alrededor un mundo tan variado y complejo como el Universo "Real", en el que todo ocurriría como él, o al menos su subconsciente, lo deseara. La única limitación a la que estaría sujeto es que su entrada en aquel universo sería irreversible: los tiempos de cada universo empezarían a discurrir de una forma completamente independiente una vez habitado, y no se podría viajar de uno a otro, por razones análogas a las que no permiten que las cifras binarias utilizadas en un programa informático se frían con abundante aceite y se sirvan con una guarnición de guisantes y zanahorias: porque no tendría sentido.

Accedió Sescama, y, siguiendo las instrucciones de Arcimboldo el Grande, se tapó la cabeza con una bolsa de patatas fritas extragrande (y vacía) bastante opaca, cerró los ojos, extendió los brazos y dio veinticinco vueltas sobre sí mismo mientras cantaba a voz en cuello "La vida es una tómbola tom tom tómbola" meneando ligeramente el culete. Cuando acabó aquel rito de tránsito y se quitó la bolsa de la cabeza (y bastantes trozos de patata del pelo, por cierto), abrió los ojos a una nueva vida y a una nueva realidad.

Su subconsciente no había demostrado demasiada imaginación: la primera visión de su nuevo universo privado era la de un dormitorio igual al suyo, un armario empotrado como el que había sido su refugio y unos gatos iguales a los de su casa que lo miraban con caras enigmáticas. Pero ahora sabía que nada tenía que temer de una cara o de unos ojos que se fijaran en él: tras ellos sólo estaba su propia imaginación.

Desde entonces ha sido bastante feliz en su universo privado; desgraciadamente, a veces duda de la no realidad de su universo, lo que ha hecho que restrinja sus salidas y siga viviendo en su, por otra parte acogedor, armario empotrado. Pero tiene mejores y más largas rachas de seguridad en sí mismo, que se pueden considerar momentos felices como nunca los tuvo.

Claro que también las dudas son más torturadoras; a veces piensa que en su nuevo universo hay otras mentes aparte de él, que se mantienen ocultas y le acechan. Tal vez no toda la gente que se cruza es ilusoria y alguien real, verdadero, tangible, le observa con malevolencia, le acecha reptando por la hierba de su particular paraíso sin Evas ni árboles, en el que Adán se confunde con Dios.

A veces sus dudas son de otro tipo: ¿Y si aquel tipo verde le tomó el pelo y éste sigue siendo su universo de siempre, y la gente le sigue tomado por un raro y un chiflado? Estas dudas le abordan especialmente desde que descubrió en Teranet un video bastante tronchante de un chorra con una bolsa de patatas en la cabeza que canta "La vida es una tómbola tom tom tómbola" mientras da vueltas sobre sí mismo y menea el trasero como un niño de tres años con vocación prematura de Drag Queen de espaciopuerto. Pero su seguridad en sí mismo ha crecido bastante con su nueva convicción, lo que le permite desechar esos pensamientos turbadores, al menos casi siempre. ¿Por qué iba a utilizar un ser omnipotente una cámara digital cutre, de la misma marca que la suya, para hacerle una broma de ese tipo?

Y si ve a los gatos mirarle fijamente, les devuelve la mirada; no va a ser tan desconfiado como para pensar que el gran Arcimboldo les ha concedido una inteligencia igual a la humana, que fueron ellos los que grabaron aquel video y lo difundieron por Teranet, que están atentos a sus chaladuras para difundirlas por los foros y que cuando lo miran fijamente, con esas caras inescrutables, lo que les pasa es que, en el fondo, lo han tomado por el pito del sereno y se mueren de risa.