miércoles, mayo 17, 2006

34.- Quinito Léchiles, niño prodigio.

Llenaba las pizarras holográficas de fórmulas incomprensibles para sus compañeros; hasta los más dotados de sus profesores a duras penas podían seguir su ritmo. Siempre levantaba la mano con la respuesta correcta, era insuperable en todos los exámenes sin esfuerzo aparente, hablaba como una enciclopedia hasta en los minutos del recreo. Los adultos lo elogiaban, sus padres lo mostraban orgullosos a las amistades, sus compañeros lo odiaban con todas sus fuerzas: Quinito Léchiles era un niño prodigio como tantos otros de los que tanto se daban en el planeta Nueva Acrópolis, que tanta importancia ha dado durante siglos a permitir que cada ser humano en proceso de desarrollo se desarrolle en la dirección que estime conveniente, lo que ha resultado en un récord histórico de cinco genios por cada siete intelectos normales, por cada ochocientos setenta delincuentes y por cada ciento dieciocho psicópatas autodestructivos, de una muestra total de mil personas.

El crucero espacial de superlujo "Economic", de la clase Q-3, en el que viajaban los alumnos en viaje de estudios del Liceo Glorioso Chogüí Mártir se vio en una emergencia y hubo de ser evacuado: una de las cápsulas de escape, ocupada por Quinito, seis compañeros de su curso, y una docena de bestias de cursos superiores del equipo de Bloodball de la escuela tomaron tierra, bruscamente pero sin heridas, en una costa arenosa y tropical de un planeta no identificado. Se pusieron cómodos y disfrutaron de aquellas inesperadas vacaciones en una playa paradisíaca que era toda una promesa de diversión y aventuras: la baliza automática de la cápsula ya habría notificado su posición, y había provisiones de emergencia de sobra para semanas. En dos días estaban aburridos como ostras de aventuras y paraíso: los grandullones del equipo de Bloodball retomaron sus entrenamientos y se entretuvieron en dar pequeñas palizas aleatorias a los más pequeños. Los pequeños, a su vez, se desquitaban con Quinito, que era de todos el que esparaba más ansioso la llegada de los socorros.

Esperaron varios días el rescate en vano. Las provisiones empezaron a escasear, y no era tan fácil conseguir suficiente comida para todos. Al fin llegó el momento en que los mayores empezaron a hablar en voz alta de que uno de los pequeños tendría que sacrificarse por el bien de la comunidad: buscaron palos para una buena hoguera, y aguzaron algunos en afiladas estacas en las que ensartar el asado. Les pareció a todos menos a Quinito que aquél era un tema demasiado serio para resolverlo por sorteo; en la votación Quinito fue elegido por unanimidad menos uno.

-¿No os dáis cuenta de que no han venido porque la baliza de la cápsula no funciona? Yo sé arreglarla. - gritó Quinito cuando las estacas ya pinchaban su piel haciéndole sangrar ligeramente.

-No te creo, niñato. ¿por qué no lo has hecho ya?

-Porque vosotros sois tan burros que ni siquiera pensábais que estaba rota ¿me hubierais dejado trastear hace unos días, cuando todos os divertíais tanto?

-Demuestra que sabes arreglarla. ¿Cómo funciona es cosa?

-Es un resonador Dirac de ondas de antimateria. El flujo EPR predefinido es reflejado de una forma codificada que identifica a cada una de las balizas; con él se acompañan datos gravimétricos del plano galáctico para facilitar la localización. ¿Has entendido algo?

-Claro que sí, capullo. Te vamos a dejar que lo arregles, pero como nos hayas mentido, te vas a enterar. Vamos a hacer una nueva votación.

Quinito se sabía tan capaz de arreglar aquella cosa con los utensilios del botiquín de la nave como cualquiera de nuestros lectores que tengan un conocimiento teórico de lo que es la fisión nuclear de fabricar una bomba H con un cuchillo de cocina y un horno microondas; pero al menos había ganado tiempo y durante unos días le dejaron en paz; además los siguientes días las raciones fueron más abundantes: los grandullones le dejaron tomar más de lo que quedaba de las raciones de la nave, ahora que ellos disponían de abundante carne fresca.

A la semana no había hecho ningún avance en lo referente a la baliza de la cápsula, pero consultando un manual tras otros, había hecho algunos progresos con la iluminación, la ventilación, los circuitos de las puertas y algunas otras minucias, avances cuya revelación a los demaás dosificaba cuidadosamente, para darles la impresión de que se acercaba al éxito en el cometido para el cual su vida había sido reservada.

Dos semanas después no quedaba ninguno de los pequeños (elegidos uno tras otro en votación democrática) y la paciencia de los grandes había llegado a su fin.

-¡Maldito capullo! O me dices que la baliza está arreglada o esta noche vas a dar vueltas en la brasa con esta estaca metida por el culo. Vas a ver cómo te gusta.

-La baliza está arreglada desde hace tres días. Ya hay una nave en órbita esperándonos.

-Maldita rata enana. ¿Por qué no lo has dicho antes?

-Porque no me fiaba y porque así he tenido tiempo de arreglar el comunicador. Podemos hablar con la nave.

-Yo no tengo ganas de hablar nada. Que bajen y nos recojan, y que sea pronto o nos dará tiempo de hacer una barbacoa.

-Vais a tener que hablar: hay un problema, y no pueden bajar a por nosotros.

El interior de la cápsula resonaba con aquella voz adulta, amistosa, que parecía esforzarse en parecer serena. Un peculiar eco le daba también un tono solemne y distante, como si fuera un mensajero venido de muy lejos.

-Hola, chicos. Me alegro de que estéis bien. Veréis, tenemos un problema. Ésta fue una zona de guerra, hace mucho tiempo, y habéis caído en un planeta que fue una antigua base militar. Hay todavía algunas defensas en órbita funcionando, y con esta nave no puedo desactivarlas, aunque de momento no son un peligro porque estoy en una órbita muy lejana, fuera de su alcance.

"Pero aunque podría acercarme algo más y mi blindaje podría asumir el daño durante el tiempo necesario para recogeros en órbita, no puedo hacer una entrada en la atmósfera de ese planeta. Tendréis que subir vosotros a unos 150 kilómetros de altura con esa cápsula, y allí os interceptaré y engancharé vuestra cápsula con unas redes de remolque orbital, para ponernos a toda prisa fuera del alcance de las defensas orbitales. Luego, en una zona más tranquila del espacio, podréis transbordar a mi nave. Váis a estar un poco apretados, pero todo se solucionará.

-Oiga, ¿y cómo vamos a levantar este trasto? ¿por qué no esperamos a una nave armada que se encargue de esas defensas?

-Esta zona está llena de contramedidas antihiperonda. Eso fue seguramente lo que estropeó la baliza de vuestra cápsula, y ni vuestra baliza, aunque está arreglada, ni mi emisor, aunque no se ha roto, son lo bastante potentes para ser captados muy lejos. Tendría que dejaros, e irme a buscar ayuda, y vosotros no podéis esperar dos meses más, que es lo que tardaría en ir y volver.
"Con el plan que tengo, podéis estar en mi nave en dos semanas, pero tenéis que esforzaros. Veréis, con los datos que me ha dado vuestro amiguito, veo que hay un fruto en esa zona, una especie de coco de cáscara púrpura, cuyo jugo puede refinarse para suplementar los depósitos de combustible de la cápsula.

-Sí, ya sé cual dices. Hemos probado a comerlo, pero da asco de malo que está, y a uno de los pequeños le obligamos a comerse unos cuantos, para que engor..., para... por su bien, digo, y le dieron vómitos y fiebre.

-Oh, vaya. ¿Y cómo está ahora?

-Er, bien, bueno, se murió, pero se puso bien de eso; está muerto, pero bien.

-Su jugo es muy rico en hidrocarburos; refinado adecuadamente , y combinado con los comburentes que quedan en los depósitos de la nave, servirá para propulsar vuestra nave en una trayectoria balística que la saque de las capas inferiores de la atmósfera. Vosotros no necesitaréis controlar nada; cuando llegue el momento, tomaré el control yo desde mi nave.
"Necesitáis una gran cantidad de ellos, y debéis almacenarlos dentro de la cápsula nada más recolectarlos: la luz del sol y la temperatura alta los estropean. El aire también: no tenéis que abrirlos. Tenéis que trabajar todo el día, durante dos semanas. Para entonces, la cápsula estará a rebosar de cocos, y será el momento de refinar su contenido con un sistema que hay que fabricar con unos tubos, unos recipientes y la fuente de calor de emergencia del botiquín: vuestro amigo Quinito sabe cómo. Cuando llegue el momento, cerrad la cápsula para que el sol no estropee el combustible, refinad el jugo de todos los cocos y verted el producto resultante en una abertura que está señalada con una luz verde. Voy a encenderla yo desde aquí. ¿La véis?

-Si, la vemos. Ahora mismo empezamos a coger los cocos esos.

-Bien. El producto combustible no es perfecto: es mejor refinarlo y verterlo todo de una vez, en vez de poco a poco, para que no de tiempo a que se corrompa dentro del depósito. Así que habrá que llenar la cápsula hasta los topes, y entonces, cerrarla a cal y canto, refinar, rellenar, vaciar de cocos vacíos y subiros a toda prisa. ¿Lo habéis pillado?

Fue una quincena tremendamente dura, de trabajo extenuante y un hambre acuciante: uno de los mayores mató a otro en una pelea, y eso les alivió apenas una noche y un día. Los mayores acarreaban cocos púrpura como bestias de carga, subían a los árboles a arrancarlos, se agachaban a recogerlos de entre la maleza, arrastraban los sacos improvisados con jirones de tela tras de sí, agotados, de sol a sol.

-Maldito enano de mierda. Todo el día dentro de la cápsula. Si no traes cocos tú también juro que te mato y te aso.

-Si me matas, no fabrico la máquina de refinar el jugo.

-De la paliza que te voy a dar ahora mismo no te escapas, niñato hijo de puta.

Quinito se levantó del suelo envuelto en una capa gruesa de arena que su propia sangre adhería al cuerpo y los restos de su ropa con más firmeza. A gatas sobre la playa escupió sangre y lágrimas en un chorro espeso y arenoso: se acordó de aquel holo de las tortugas, y su llanto continuo mientras ponían sus huevos en playas nocturnas, lejanas y tranquilas, muy parecidas a aquella cuyos granos se le metían por la boca y por las heridas de la paliza. Con pensamientos de aquellos holos, de su cuarto y sus chips, de tiempos más felices, se levantó renqueante. El grandullón lo contempló mientras vertía sacos de cocos por la compuerta, hacia el interior de la cápsula.

-Niñato de mierda, mejor que no te hagas el chulo conmigo nunca más, o cuando nos metamos en la cápsula tú te quedas fuera.

-No te atreverás, con ese hombre orbitando ahí arriba.

-¿Por qué no, capullo? He matado a tres tíos y me he comido a siete. No tengo nada que perder. Acuérdate de eso.

Un grandullón más murió una noche, casi de pronto, entre temblores y gemidos. No tuvieron fuerzas para trocearlo ni para asarlo, abrieron sus venas y su vientre, aprovecharon su sangre y sus órganos más blandos. Sólo quedaban diez figuras demacradas, y Quinito, menos flaco, mucho más amoratado, cuando acabaron su acarreo y la cápsula estuvo llena hasta rebosar de cocos púrpura.

-Muy bien, chicos, ¡ánimo!- dijo la voz lejana, por la megafonía externa de la cápsula, que Quinito había podido conectar. Sólo quedaba un mínimo hueco sin llenar de cocos, un corredor que llevaba hasta la zona de la cápsula donde estaban los tubos de refinado, aún sin ensamblar, y la boca de alimentación.

-Voy adentro, a ensamblar los tubos- dijo Quinito, mientras se dirigía al interior.

-De eso nada, tú te quedas aquí, ratita. Los tubos los ensamblo yo, y tú me dices cómo lo hago por los interfonos.

-Tú estás tonto. No vas a saber, y no vas a caber por ese hueco.

-Pues lo voy a hacer yo, porque tú te vas a quedar en esta playa para siempre. Que me he dado cuenta de la intención que tenías, cerrarte ahí dentro, cargar el combustible y marcharte solo.

-No tienes ni idea de nada. ¿Tú sabes lo que pesan esos cocos? Con ellos no levantas la cápsula ni medio metro.

-Eso es verdad, Salton - intervino otro de los grandullones - Esos cocos pesan miles de kilos, fíjate cómo la cápsula se ha enterrado más en la arena desde que está llena.

-Pues será verdad, pero el enano no entra en la cápsula, o le clavo esto. ¡Eh, que se escapa!

Quinito echó a correr como nunca se había creído capaz: nunca había sido un niño ágil, pero estaba en mejor estado que los diez mayores, que habían acarreado muchos más cocos y habían comido mucha más carne en mal estado. De hecho, estaba sorprendentemente poco flaco dadas las circunstancias, y su forma física, aunque mala, le permitió tomar amplia ventaja a aquellos muchachos antiguamente deportistas, que se tambaleaban y arrastraban tras él en una persecución inútil mientras lo llenaban de insultos y amenazas.

-Rata de mierda, vuelve o te matamos.

-Si vuelvo me matáis; aunque vuelva no me dejáis entrar en la cápsula; apañaros solos.

-Te morirás de hambre en la selva, idiota.

-Vosotros no podéis ni moveros, y ya no queda absolutamente nada de comida ¡Que os aprovechen los cocos púrpura!

-Quinito, soy Firuk. Escucha, yo siempre me he portado bien contigo, y te he pegado poco. No hagas caso a Salton, que te tiene manía. Si vuelves y pones esos tubos te prometo que nadie te hará daño y que te dejaremos venir con nosotros en la cápsula.

-Tú no puedes con Salton. Ninguno de vosotros puede solo con Salton. Mientras él esté ahí, a mí no me véis el pelo. Comeros los cocos.

Estuvo un día y una noche perdido en la maleza; cuando volvió a la playa al amanecer sólo quedaban nueve: los huesos renegridos de Salton aún humeaban entre las brasas de una hoguera del día anterior.

-¡¡Quinito!! ¿Quieres carne? ¡Te hemos guardado un poco!- le gritó Firuk, enarbolando una extraña forma que parecía una mano asada, forzando una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.

-No, no quiero. Me voy a poner a refinar los cocos ahora mismo: en unas horas estamos en la nave de rescate.

-Escucha, niño: antes de entrar, convénceme de que no vas a salir tú solo disparado hacia arriba.

-Salton era idiota; espero que tú seas más listo. Todos esos cocos pesan demasiado: hay que cerrar la escotilla para refinarlos, eso es verdad...

-Y la escotilla no se puede abrir desde fuera - le interrumpió Firuk.

-Déjame terminar. No se puede abrir desde fuera sin herramientas, es verdad. Pero los cocos pesan mucho. Cuando se hayan refinado, y el depósito esté lleno (que no va a estar lleno, pero habrá suficiente para una trayectoria balística) hay que sacarlos para ahorrar peso. Pesan mucho más que todos nosotros juntos: hay casi diez mil kilos de cocos, tantos que tardaremos un buen rato en sacarlos todos. Y para sacarlos tengo que abrir la puerta ¿sí o no?

-Vale, te voy a creer. Por si las moscas, los otros y yo vamos a poner todas las piedras y la arena que podamos encima de la cápsula, para que no tengas una tentación. Salton estaba muy convencido de que podías hacer una cosa así.

-Salton era a la vez un tonto y un hijo puta. Seguramente pensaba que eso podía hacerse, y quería hacerlo él. Siempre era el que estaba detrás de cada muerte ¿No te das cuenta de que si sólo volvía él, nadie podría acusarlo de nada?

-Jopé, es cierto. Por eso estaba tan empeñado. Entre tú y yo, enano ¿puede hacerse? Volar sin sacar los cocos, digo. Podemos entrar tú y yo, yo digo que entro a vigilarte, nos vamos y estos que se jodan.

-No se puede, en serio. Ya has visto el espacio que dejan los cocos. El vuelo lo va a manejar el hombre de arriba, y no creo que lo haga hasta que los sensores le indiquen que estamos todos. Para que te quedes tranquilo, coge la cuerda que hay en el equipo de supervivencia, y ata una de las anillas de remolque de la cápsula a un árbol, o a una roca grande.

-Me fio más de la arena y las piedras, pero eso es menos trabajoso. Ya veré que hago. Tú métete dentro y ponte a trabajar. Yo voy a atrancar la compuerta con palos, para que no la cierres del todo.

-Si entra luz de sol, se estropea todo. Ya lo sabes.

-Me arriesgaré. Por si las moscas, esperaremos a esta noche para empezar.

Un entramado de palos y telas cubría las rendijas entreabiertas de la compuerta. En el fondo del habitáculo, más allá de los sacos y sacos de cocos que abarrotaban la cápsula se notaba una luz artificial y un leve y continuo ruido donde Quinito trabajaba. Firuk y los otros velaban junto al fuego, agotados y hambrientos.

Demasiado agotados: cuando despertaron, la compuerta de la cápsula estaba cerrada herméticamente. La fuerza del motor había aplastado y cortado los palos finos y los trapos colocados como traba.

-¡Me cago en todo! ¡corred, poned piedras por encima! ¿Dónde está la cuerda? ¡Quinito! ¡Contesta!

-Hola, Firuk. Me había dormido, pero tengo los interfonos abiertos. ¿Qué pasa?

-No te puedes ir, ¿sabes? Estás cubierto de piedras, y la cuerda está bien atada.

-Ya, lógico. Bueno, no hay problema. No pensaba irme.

-Ah, bien. Abre la compuerta, y vámonos pronto de esta mierda de planeta.

-No, mejor no abro.

-No seas tonto, te prometo que te dejaremos despegar con nosotros.

-Pero es que esta nave no va a ningún sitio, Firuk.

-¿Cómo que no? ¿Es que estás loco?

-Los locos sois vosotros, desde el primer día, desde el primer momento, no habéis hecho nada más que gandulear, abusar de vuestra fuerza, pegar, matar. Nada para mejorar nuestra vida, para salir de aquí, para conseguir comida abundante, para nada bueno. En el fondo os gustaba esa vida. A mí no. Yo estoy aquí dentro muy tranquilo y a salvo ahora, y aquí me quedo. Divertiros.

-Pero estás loco. Te morirás de hambre ahí dentro. ¿Qué vas a hacer, comerte los cocos púrpura?

-Exactamente, tonto.

-El tonto eres tú, te pondrás enfermo, te morirás y te cagarás encima.

-No, capullo. El botiquín de la cápsula incluye un reciclador de alimentos que puede aprovechar perfectamente las materias de estos cocos. No está roto, nunca lo estuvo. Sóis tan idiotas que ninguno de vosotros se molestó ni siquiera en leer las instrucciones, que eran de un modelo antiguo y no se explicaban solas al detectar una pupila humana. Hay suficiente energía en la pila para hacer funcionar el reciclador varios años; y con estos cocos tengo, por lo menos, para tres meses, o más. Vosotros podéis comer carne; el último que quede que se coma a sí mismo trocito a trocito.

-¡No! ¡Estás loco! ¿Y el hombre de arriba, el que nos está esperando? ¡Vas a matarnos a todos! ¿Qué le vas a decir?

-El hombre de arriba no existe, nunca existió, idiota. Cuando caímos aquí escondí mi ordenador didáctico dentro de la cápsula para que ninguno de vosotros me lo rompiera a mala uva. Los dias que estuve solo lo programé con esa pseudopersonalidad y lo conecté al interfaz de la cápsula para que os engañara según las orientaciones que le di. No era un programa muy inteligente, pero desde luego, lo fue más que vosotros.

-Vamos a hacer una buena hoguera ahí debajo, ya verás si sales.

-Te va a faltar leña, porque este casco está diseñado para soportar temperaturas de 2.000 Kelvin durante veinte horas sin efectos en el soporte vital, pero si quieres probar, por mí adelante. Y abrir esto a pedradas tampoco vas a poder. Si supieras un poco de química podrías elaborar explosivos con los cocos púrpura: es verdad que tienen hidrocarburos. Calculo que necesitarías unos mil toneladas para dañar este casco. Muchos años, y creo que ya estás harto de cocos.

-Estás loco, te volverás loco ahí dentro solo, maldito chalado.

-Tengo mi ordenador, y tengo unos cuantos holos, y mejor solo que mal acompañado. Hay una lámina de ósmosis para evacuar desechos: en unos días tendré un poco más de espacio y esperaré más cómodo. Algún día vendrá alguien, y entretanto, nadie me hará daño ni me llamará loco cuando vosotros hayáis muerto, que no faltará mucho. Tengo muy claro que prefiero estar aquí dentro, vivir mi vida yo solo sin hacer daño ni que me lo hagan, dedicado a pensar, a jugar conmigo mismo, que esa vida de ahí fuera, de conspiraciones, de peleas, en la que los tipos que eran tan amigos para unirse contra un grupo más débil se matan y se devoran unos a otros cuando les conviene, y encima se ufanan de ello, como si eso fuera ser verdaderamente humano, como si la única vida posible, la vida verdaderamente cuerda, fuera ésa.

"Y sabes lo gracioso. Que si tú estuvieras en mi lugar, no podrías resistir una vida como ésta y saldrías corriendo a la playa en una semana. Te has ahorrado tener que decidirlo: ya estás fuera. Si pudiera fiarme de vosotros, compartiría con vosotros el reciclador, vosotros traeríais cocos y yo os sacaría el alimento depurado. Pensé hacer eso al principio. Pero más tarde o más temprano me tenderíais una trampa, me cogeríais y me haríais pagar todo lo malo que os hubiera hecho. Y lo bueno, también, porque la gente como vosotros sois así. Diviértete con tus amigos, y buen provecho.

"Por cierto, también puedo sintetizar gas venenoso con este equipo, y dentro de dos días lo soltaré por la playa. Mejor que estéis bien lejos por entonces. ¡Fuera!

Los grandullones supervivientes abandonaron la playa, y Quinito no volvió a saber de ellos. Se quedó allí solo, dueño de su destino, dueño de sus actos, dueño y señor de todo lo que alcanzaba su vista.

Hasta que lo encontraron un mes y medio después, a él tan sólo en todo el planeta, y el pobre Quinito tuvo que pasar a estar de nuevo bajo el yugo de unos padres sobreprotectores que decidieron curar todos los daños que el pobre niño sin duda había sufrido sobreprotegiéndolo aún más, y aquel niño prodigio llegó a la edad adulta convertido en un prodigioso paciente para el hospital psiquiátrico Edipo Complex, en el satélite Bedlam IX.