32.- Palindrom Ordnilap, cabeza de turco.
Grandes fueron los Antha, si al saqueo y la conquista se los puede llamar grandeza. En tiempos su imperio abarcó gran parte del brazo de Sagitario, hasta detenerse en los límites de la Nebulosa Meta en un extremo, y cerca, o tal vez más allá, de la Vieja Tierra por el otro: los límites son imprecisos, y ha pasado mucho, mucho tiempo.
Un territorio tan extenso a manos de una raza nerviosa y levantisca les dio muchos problemas de administración. La sexta Guerra Civil concluyó con el dominio de la Casta de los Administradores, y llevó al desarrollo de la Gran Cabeza Pensante Palindrom Ordnilap, un colosal dispositivo de inteligencia artificial cuyos detalles técnicos no se han conservado.
La concentración de toda la inteligencia, de toda la sabiduría, de toda la voluntad de las mayores mentes de la historia Antha, se dijo que se había concentrado en la poderosa e infalible Cabeza de Gobierno, cuyas proclamas y edictos se siguieron con ciega obediencia durante siglos.
Hasta que llegó, poco a poco, una etapa de imperceptible decadencia, que se fue haciendo cada vez mayor y más profunda para ojos agudos, y algunos dudaron para sus adentros de la capacidad de la Cabeza, cuya antiguedad ya era legendaria.
Una voz al fin se alzó: tal vez uno de los líderes de forntera, o de los pocos generales competentes. No nos ha llegado su nombre. Más tarde se lo llamó el Rebelde. Una breve guerra que la mítica sabiduría de la Cabeza no supo atajar afianzó en las mentes del pueblo que Palindrom Ordnilap había perdido ya toda capacidad de gobierno.
Al fin, se recibió en los cuarteles generales del Rebelde una oferta de tregua, y de negociación: los cuarteles generales de Palindrom Ordnilap estaban abiertos para el Rebelde; la casta de sirvientes de la Cabeza conducirían al líder sedicioso hasta el Centro Cerrado donde habitaba la magna presencia, para una entrevista cara a cara, en un lugar donde, se decía, ningún hombre había penetrado en siglos.
Tan grande era, aún, la reputación de veracidad y justicia de la Cabeza que el Rebelde no pudo dudar en público de la oferta sin socavar su prestgio, y se tuvo que arriesgar a aquella visita. Los servidores de la Cabeza le acogieron calmada y pacíficamente al pie de su nave, y le condujeron hasta el Sancta Santorum sin incidentes.
Un olor indescriptible, a cerrazón y decadencia reinaba en aquel lugar. La Cabeza se encontraba donde había estado siempre: poco quedaba de ella más que polvo y cables herrumbrados. Los sirvientes entraron entonces, y el Rebelde necesitó pocas explicaciones: la Gran Cabeza había sido un fracaso casi desde el principio; nunca pudo dar órdenes factibles, en poco tiempo se corrompió y murió. Los sirvientes habían detentado el poder en el Imperio desde entonces: un poder que ahora le ofrecían compartir.
El Rebelde rechazó la oferta. Amparados en la tregua, y en la ineficacia del enemigo, sus fuerzas de élite ocupaban por sorpresa el Centro en aquellos mismos momentos. La casta de servidores fue encerrada para siempre con la cabeza muerta que habían simulado servir. El Rebelde proclamó que la Cabeza había sido silenciada y secuestrada por aquellos sivrientes deselales, y que había sido ella misma la que había inspirado su cruzada de liberación.
El poder de la Cabeza fue restaurado, y una nueva casta de fieles servidores con el Rebelde al frente surgió a su alrededor. una nueva casta peor que la anterior, que llevó el Imperio rápidamente a la ruina completa, hasta el punto que de él sólo nos han llegado leyendas, registros abandonados en asteroides perdidos, y los sueños de aquellos tiempos que han captado los telépatas.
Y de todos aquellos sueños, los más hermosos son los que emitía la Cabeza misma, el poco tiempo que vivió: hermosos delirios dulces, como los de un niño que cree que vuela sobre las nubes, que ve extenderse ante él un paisaje infinitamente bello porque no sabe que está muriendo mientras duerme.
Un territorio tan extenso a manos de una raza nerviosa y levantisca les dio muchos problemas de administración. La sexta Guerra Civil concluyó con el dominio de la Casta de los Administradores, y llevó al desarrollo de la Gran Cabeza Pensante Palindrom Ordnilap, un colosal dispositivo de inteligencia artificial cuyos detalles técnicos no se han conservado.
La concentración de toda la inteligencia, de toda la sabiduría, de toda la voluntad de las mayores mentes de la historia Antha, se dijo que se había concentrado en la poderosa e infalible Cabeza de Gobierno, cuyas proclamas y edictos se siguieron con ciega obediencia durante siglos.
Hasta que llegó, poco a poco, una etapa de imperceptible decadencia, que se fue haciendo cada vez mayor y más profunda para ojos agudos, y algunos dudaron para sus adentros de la capacidad de la Cabeza, cuya antiguedad ya era legendaria.
Una voz al fin se alzó: tal vez uno de los líderes de forntera, o de los pocos generales competentes. No nos ha llegado su nombre. Más tarde se lo llamó el Rebelde. Una breve guerra que la mítica sabiduría de la Cabeza no supo atajar afianzó en las mentes del pueblo que Palindrom Ordnilap había perdido ya toda capacidad de gobierno.
Al fin, se recibió en los cuarteles generales del Rebelde una oferta de tregua, y de negociación: los cuarteles generales de Palindrom Ordnilap estaban abiertos para el Rebelde; la casta de sirvientes de la Cabeza conducirían al líder sedicioso hasta el Centro Cerrado donde habitaba la magna presencia, para una entrevista cara a cara, en un lugar donde, se decía, ningún hombre había penetrado en siglos.
Tan grande era, aún, la reputación de veracidad y justicia de la Cabeza que el Rebelde no pudo dudar en público de la oferta sin socavar su prestgio, y se tuvo que arriesgar a aquella visita. Los servidores de la Cabeza le acogieron calmada y pacíficamente al pie de su nave, y le condujeron hasta el Sancta Santorum sin incidentes.
Un olor indescriptible, a cerrazón y decadencia reinaba en aquel lugar. La Cabeza se encontraba donde había estado siempre: poco quedaba de ella más que polvo y cables herrumbrados. Los sirvientes entraron entonces, y el Rebelde necesitó pocas explicaciones: la Gran Cabeza había sido un fracaso casi desde el principio; nunca pudo dar órdenes factibles, en poco tiempo se corrompió y murió. Los sirvientes habían detentado el poder en el Imperio desde entonces: un poder que ahora le ofrecían compartir.
El Rebelde rechazó la oferta. Amparados en la tregua, y en la ineficacia del enemigo, sus fuerzas de élite ocupaban por sorpresa el Centro en aquellos mismos momentos. La casta de servidores fue encerrada para siempre con la cabeza muerta que habían simulado servir. El Rebelde proclamó que la Cabeza había sido silenciada y secuestrada por aquellos sivrientes deselales, y que había sido ella misma la que había inspirado su cruzada de liberación.
El poder de la Cabeza fue restaurado, y una nueva casta de fieles servidores con el Rebelde al frente surgió a su alrededor. una nueva casta peor que la anterior, que llevó el Imperio rápidamente a la ruina completa, hasta el punto que de él sólo nos han llegado leyendas, registros abandonados en asteroides perdidos, y los sueños de aquellos tiempos que han captado los telépatas.
Y de todos aquellos sueños, los más hermosos son los que emitía la Cabeza misma, el poco tiempo que vivió: hermosos delirios dulces, como los de un niño que cree que vuela sobre las nubes, que ve extenderse ante él un paisaje infinitamente bello porque no sabe que está muriendo mientras duerme.
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