22.- Sillie Convallie, pedorra de virtudes ocultas.
Se dijo de Sillie Convalley, antigua musa de la revista Machoman, que sus únicas virtudes eran sus bultos, y ni siquiera éstos eran suyos. Este corto relato cuenta cómo, en la última etapa de su carrera, tuvo oportunidad de descubrir en sí misma una serie de virtudes que nunca, antes de entonces, creyó que tuviera, o nunca había tenido oportunidad de sacar a la luz.Cuando su teléfono dejó de sonar y no recibió más ofertas para posar y otros trabajos, descubrió que tenía la virtud de la paciencia.
Cuando el ricachón al que se había pegado la cambió por dos de veinticinco, dejándola en la completa ruina, descubrió en sí la virtud de la frugalidad.
Cuando le propusieron participar en un reality show de una productora de baja estofa dirigida por unos impresentables a los que unos meses antes ni siquiera les hubiera hecho una mamada en una fiesta, demostró humildad y adaptabilidad.
Cuando se enteró de que el reality consistía en subir a una docena de famosos acabados a una nave espacial que emprendería viaje a un destino desconocido, que el premio sería del último que se quedara dentro, y que, en beneficio de la audiencia, aproximadamente la mitad de los botes salvavidas y trajes espaciales de la nave no funcionaban correctamente, pero ningún concursante sabía cuáles, y aún así aceptó participar, demostró valentía.
Cuando, tras un mes bastante tenso de viaje, uno de los concursantes, el ex-escritor Stephen Ping, arruinado y desprestigiado por las circunstancias que todos conocemos, se volvió loco y empezó a gritar que en aquel concurso había algo raro, alguna trampa siniestra que los aguardaba al término del trayecto, que no sabía cuál, pero que había escrito seiscientas páginas con las pruebas y que le dejaran salir, que no podía soportarlo más, que fueran buenos compañeros, Sillie Convalley, al ayudarle a salir al exterior, para más prisas sin traje, demostró ser solidaria.
Cuando se puso a leer los interminables barullos llenos de supuestas pruebas conspiratorias que eran la única herencia de Stephen Ping y meditó y maduró sus planes largamente, demostró dotes de estratega.
Cuando se le ocurrió decirles a los otros concursantes que aquellos garabatos incomprensibles demostraban sin lugar a dudas que aquella nave los llevaba a todos a manos de los piratas gargajianos, que buscaban esclavos y voluntarios para los mortíferos juegos de Zorkon, demostró imaginación.
Cuando logró engatusar a todos sus compañeros con las supuestas pruebas de aquel libro, aprovechándose de que todos eran analfabetos funcionales, y sembrando el pánico generalizado, demostró persuasividad.
Cuando apoyó sus argumentos con que había tenido una premonición al respecto, y que nunca se equivocaba en esas cosas, y que además se le había aparecido su cuñada para prevenirla, demostró saber elegir los argumentos más adecuados para cada público.
Cuando Zorraida Velasnegras, la ex-vidente inhabilitada, le espetó que eso de las premoniciones y las apariciones eran un puto cuento, y que lo que quería era engañarlos, y que la iba a matar allí mismo, por puerca e hijaperra, Sillie, al quitarle el cuchillo aturdiéndola con rápidos golpes de implante mamario en la cara, tirarla al suelo con una llave de judo y romperle el cuello a puntapiés con los zapatos de tacón demostró combatividad y un gran nivel en la lucha cuerpo a cuerpo.
Cuando todo el mundo aceptó su propuesta de evacuación general al acercarse al primer sistema habitado, que si se iban todos, nadie ganaba y nadie perdía, demostró capacidad de liderazgo.
Cuando se escabulló del bote salvavidas en el último segundo y se quedó como la única pasajera a bordo, demostró agilidad.
Cuando la nave llegó al fin del trayecto, y Sillie vio lo que la esperaba, demostró, a su pesar, tener el don de la profecía.
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