sábado, abril 29, 2006

20.- Chucky Pololitos, muñeco diabólico de bastante malas intenciones.

Las estrellas que regían la hora en que se ensambló aquel chip eran nefastas hasta la obscenidad más lovecraftiana. Era el decimotercer día del decimotercer mes en trece de los trece mil calendarios vigentes en el universo conocido. Su EPROM fue inflitrada por un gusano dukkha de la variedad Lecter. Un psicópata fue abatido por la policía de Decápolis sobre aquella misma cadena de montaje. La pasta de papel del cartón de embalaje estaba reciclada de segundas y terceras partes de libros de Stephen Ping. Su oblea de silicio había sido usada en misas negras. Fue salpicado por sangre de pollo de los rituales vudú que organizaba la mano de obra inmigrante en las horas del desayuno, y la mujer de la limpieza iba cantando cosas de David Bustamante mientras pasaba el plumero por sus inmediaciones.

Para colmo, poco antes se había expuesto en el tablón de anuncios de la empresa la nueva política de vacaciones y permisos ("1.- permiso para ir al retrete. Fin del comunicado"), y el ambiente de mala leche general se podía cortar con un cuchillo el día que se enfrió la cobertura positrónica de aquel diminuto cerebro artificial, y la pequeña caja craneal fue insertada en el cuerpo mecánico, se le añadieron brazos y piernas con sus correspondientes mecanismos, y aquella versión especial para Primera Comunión del muñeco Chucky Pololitos, que anda, sonríe y mira con ojitos tiernos de bebé mientras eructa y ventosea, fue embalado y dispuesto para su transporte al emporio comercial del Centro Comercial Sagitario.

Para acabar de arreglar las cosas, justo antes de partir la nave de reparto, la señora de la limpieza volvió a pasar por allí, y esta vez recitó junto a él la secuencia aleatoria de letras que, correctamente pronunciada habría fijado la programación de aquel superjuguete de compañía en un amor absoluto y eterno, más allá de toda esperanza... pero la dijo justo al revés.

La dulce pero críptica frase...

"Los largos sollozos de los violines de otoño hieren mi corazón con una languidez monótona. Siete seis cuatro. Alfa Omega. Stop"

sonó, pronunciada al revés, exactamente así...

"Aserejé a de jé dejebe tu dejébere sebi nouba majandi an di bugui aba buidi di pi"

...y las ominosas palabras reverberaron en la bodega metálica de la nave y en la diminuta caja craneana de Chucky Pololitos, y tras aquello las manitas de plastiacero del muñeco se estremecieron de odio entre sus pequeños arneses de embalaje, ansiosas de verse libres para al fin poner en práctica megas y megas de ideas malvadas profundamente fijadas en su EPROM.

Su inocente sonrisa saludaba desde el interior de su caja transparente a todos los propietarios potenciales. ¿Sería aquel alevín Decapodiano, de tiernos, verdes tentáculos que recorrían la envoltura externa de la caja con un infantil estremecimiento dejando un entrañable reguero infantil de viscosa baba, aquellos dulces pseudópodos que Chucky ya imaginaba segados por una sierra de bricolaje? ¿Sería aquel Plasmoide de ojos claros, con su mirada llena del sentido de la maravilla, que iba recorriendo con vista ilusionada los anaqueles del Comercio de juguetes cuántico Toy/N 'stoy, y se detenía junto a todos los juguetes, tendiendo sus manecillas temblorosas hacia Chorrodinger, el gato evanescente que era la mascota corporativa de aquel comercio?.

Al final fue adquirido para el pequeño Glubbdubdrib, una dulce cría de Klamchetino, raza sumamente recia y tosca, de forma levemente parecida a un hongo, epidermis de color gris hormigón y contextura extremadamente fuerte, prácticamente indestructible, pero afortunadamente, pacíficos, tolerantes y de gran sentido de la moralidad, hasta el punto que se ha dicho que la única diferencia entre una nave Heeche tres acorazada y una hembra Klamcheniana adulta es que a la segunda, si le tocas la teta, no va a donde tú quieres. Los pequeños Klamchetinos son educados y obedientes, pero con una epidermis capaz de resistir impactos de un kilotón y unos dedos capaces de ejercer una presión de dos toneladas por centímetro cuadrado, es forzoso reconocer que son un poco destrozones.

Pero compensan esos defectos siendo disciplinados y cariñosos. El pequeño Glubbdubdrib no lloró ni protestó cuando, al sacar a Chucky de su embalaje, le arrancó los brazos y las piernas por error confundiéndolos con partes del arnés. En vez de pedir un juguete nuevo, se abrazó a él con fuerza diciendo que así nadie iba a quererlo ya al pobre, y que él lo querría aún más y lo cuidaría especialmente.

Como era de esperar, después de ese fuerte abrazo emotivo, el plastiacero de la caja torácica de Chucky había tomado la forma aproximada de un cacahuete, y los ojos habían saltado de sus órbitas como tapones de champán. En un intento un poco torpe de enmendar el daño, Glubbdubdrib insertó uno de los globos oculares en la cavidad bucal, para lo cual hubo de hacer un poco de sitio venciendo hacia atrás los dientes de inserción cerámica ultradura. El ojo quedó allí encajado con tal fuerza que luego no se lo pudo sacar ni siquiera el servicio técnico, y del muñeco desde entonces sólo se pudo oír un gruñido ininteligible del tipo "iju putu tu vuy u mutur", y aunque la garantía del fabricante excluía expresamente cualquier daño provocado involuntariamente por crías de Klamchetino (tanto en juguetes como en acorazados estelares), los generosos padres ofrecieron a Glubbdubdrib la posibilidad de cambiar aquel guiñapo deforme y mutilado por un juguete nuevo, que al fin y al cabo, era su cumple, y casi no había podido disfrutarlo.

Pero el afable Klamchetino se había encariñado con su muñeco de verdad; nunca se separa de él, y siempre está abrazándolo, y aquella masa amorfa de cables y fibras ópticas, con una cabeza desmochada y calva de ojos vacíos fijada precariamente a los restos del tronco con cinta aislante corresponde a su amor siempre pronunciando aquel extraño ruido "iju putu tu vuy u mutur" que a Glubbdubdrib le sirve como arrullo por las noches.