miércoles, mayo 03, 2006

25.- Doctor Erskine Deleuze, inventor del marcapasos social.





"Traedme a vuestros neuróticos, a vuestros maníacos, a vuestras multitudes deprimidas y alienadas, ansiosas de respirar felices y libres todos unidos"

Es el lema grabado en letras de platino e iridio de seis metros de alto que figura en el pedestal de la estatua gigante del Doctor Erskine Deleuze, una estatua que domina ampliamente el corto y gélido horizonte de la Luna Azul de Bedlam IX, que vigila en soledad eterna las ruinas del gran sueño de Erskine Deleuze: el laberinto de túneles, módulos, laboratorios y salas de observación que una vez fuera el complejo psiquiátrico mayor, y más famoso de la Nebulosa Alzheimer, el complejo conocido como Edipo Complex.

En su época todas las civilizaciones del sector, y algunas más lejanas, traían a Edipo Complex sus casos mentales más preocupantes, los desórdenes más exóticos y novedosos que surgían en todas aquellas sociedades. Y allí se encontraban con el famoso, infalible Dr. Deleuze, que a cada dolencia hallaba solución, no importaba lo extraña que fuera, ni los pocos antecedentes que se pudieran encontrar. Los emolumentos por las curas individuales eran grandes, pero por lo general, aquellos pacientes eran "prototipos", una selección de los enfermos de cada planeta para hallar sobre ellos un tratamiento adecuado, y la mayor fuente de ingresos para el floreciente emporio de Edipo Complex eran transferencias de fondos de los agradecidos gobiernos del sector, que aplicaban con éxito los remedios descubiertos y patentados por él.

La carrera de un investigador médico no está exenta de problemas con los pacientes, ni con los cientes. Erskine tuvo oportunidad de ver esto muy claro aquella vez que le llegó una nave automática de carga con las bodegas llenas de esquizofónicos del planeta Hypokrisis. No había recibido aviso de aquel envío, y cuando envió un mensaje a las autoridades de aquel planeta sobre el asunto, no recibió respuesta. La herrumbrada nave automática se mantuvo en silencio en medio de la pista del complejo, y cuando pasaron varios días y Erskine vio claro que aquel cascarón era muy probable que ni siquiera pudiera volver a levantar el vuelo, decidió enviar una sonda robot a investigar su interior.

El panorama era dantesco. Abandonados durante días, los cientos de desdichados esquizófonos estaban encadenados por doquier a los mamparos de la nave, bañados en su propia suciedad, en un estado lamentable. Los escuetos sistemas automáticos de alimentación y limpieza habían dejado de funcionar, y Erskine Deleuze llegó a la conclusión de que el gobierno de Hypokrisis se había quitado de encima un problema que no tenía intención de afrontar, sin tener que pagar los costes políticos ante los sectores más conservadores de su pueblo con una medida siempre tan polémica, aunque económica, como la eutanasia.

Los seis mil esquizófonos abandonados eran un reto para el Edipo Complex no sólo desde el punto de vista médico. No se les podía dejar en aquella inmunda nave ni un día más, pero las instalaciones no tenían capacidad para acogerlos decentemente, así que salió del paso provisionalmente con una hibernación masiva y el almacenamiento en las grutas de hielo de Luna Azul.

La esquizofonía de los humanoides de Hypokrisis es una enfermedad mental con ciertos paralelismos con algunas de los seres humanos de la Tierra. El sujeto oye continuamente voces, que pueden parecer voces externas, o confundirse con el discurso interno de la introspección, voces que le distraen continuamente de todas sus actividades, lúdicas, de cálculo o reflexión, de relación social o de trabajo, impidiendo gradualmente a sus víctimas cuaqluier actividad necesaria o placentera.

Estas distracciones pueden ser rudimentarias (un grito, una voz de alarma que te distrae del tablero de dibujo) o más sofisticadas y hasta arteras (una voz que te siembra dudas y te da malos consejos sobre la gente en la que confías, un abogado del diablo pertinaz e incansable que hace perder toda la confianza a un matemático sobre la validez de sus investigaciones). El cúmulo de causas, fisiológicas, bioquímicas, sociales, que anidan detrás de esta terrible lacra es demasiado complejo para que hasta aquel momento nadie hubiera pensado en encontrar un remedio definitivo.

Hasta que el genial Erskine Deleuze tomó cartas en el asunto. Con dos sujetos deshibernados procedió a estudiar todos los aspectos de la enfermedad, y a expermientar distintos tratamientos. Sabía que no podía esperar ningún pago por parte de los fariseos de Hypokrisis, pero no podía desentenderse de aquellos miles de desgraciados hibernados en una gruta a tres grados Kelvin, y el reto era tentador por su propio atractivo intelectual.

Fue difícil. Hasta un genio irrepetible como él tardó semanas en hallar la solución, y ésta no atacaba la raíz del problema, pero paliaba los síntomas y permitía, al menos en principio, a un enfermo vivir de una forma razonablemente normal y feliz para siempre.

Un circuito de inteligencia artificial acoplado a las conexiones nerviosas del oído estimulaba éstas de forma que se activara una nueva, potente y controlada voz virtual cada vez que los índices de actividad cerebral delataban que la psique del paciente se exponía a una distracción. Puede entenderse mejor lo que pasaba por la mente del sujeto con este pseudo monólogo interior que compuso el mismo doctor Deleuze para una revista de divulgación, aunque luego el hallazgo fuera mantenido en secreto por razones que más tarde explicaré.

Psicodrama interior de un paciente de esquizofonia con prótesis correctora:

(se supone que el paciente es cocinero)

-(cocinero) El aceite en la sartén ya se está calentando. Cuando esté lo bastante caliente, debo echar el huevo, pero antes debo cascarlo.

-(esquizofonía) Observa la pureza de líneas de ese objeto. Blanco, liso, como un ojo, como una luna de hielo de un planeta lejano, hace tanto tiempo que no viajamos, mirar las bellas trazas de gas de las nebulosas que tiñen el espacio, incluso si el tragaluz lo permite, abrirlo y salir para verlas más de cerca. Los ojos en el vació adoptarían una perfección saltona y esférica al salir de sus órbitas.

-(Prótesis). Estabas esperando a que el aceite se calentara. Te disponías a echar el huevo.

-(cocinero) Sí, es cierto, pero antes tendré que cascarlo.

-(esquizofonía)Observa la pureza de líneas del huevo. Los ojos en el vacío adoptarían una perfección saltona y esférica al salir de sus órbitas, como el huevo. Busquemos un billete para cualquier nave, antes de que nos atrapen las organizaciones de espionaje enemigas, que odian la pureza de líneas de los huevos, que harán todo lo posible por impedirte que conozcas la gran verdad que se oculta detrás de todo esto.

-(Prótesis). Te disponías a cascar el huevo.

-(cocinero) Sí, es cierto, buscaré un saliente adecuado para cascarlo.

-(esquizofonía)Nadie te ha demostrado nunca que un huevo no se pueda freir con cáscara. Haz la prueba. Tal vez la verdad oculta se encuentre en un hecho tan simple, y a nadie se le ha ocurrido hasta ahora. Serías famoso, todos te respetarían y admirarían como el descubridor del secreto del huevo, pero deberías tener cuidado de los envidiosos, de los que inmediatamente se pondrían a conspirar contra ti, para robarte la gloria, para quitarle importancia, para ignorarte y ningunearte. Debes tener cuidado con esa gente, y preparar tu venganza, buscar un arma secreta...

-(Prótesis) Buscabas un saliente para cascar el huevo. De ocasiones anteriores recuerdo que utilizabas para cascar el huevo ese saliente romo de plastiacero junto a los calentadores. Cuando lo hagas, date prisa para que el contenido del huevo caiga en el aceite. No te lo pienses mucho, confía en tu memoria muscular.

-(cocinero) A ver, chaf, casco el huevo, y ¡hop!, ya está friéndose.

(fin del psicodrama demostrativo)

Puede parecer un proceso agotador para tan sólo unos segundos de vida anodina, pero debemos recordar que el yo nunca se cansa de hablar consigo mismo, y que si una voz de locura puede ser muy insistente, jamás logrará cansar a una máquina. El resultado externo era un comportamiento normal, a lo sumo un poco lento y rutinario, en sujetos que antes eran masas patéticas de delirios y contorsiones. Y con la sola intervención de un hardware y una programación que se instalaban con anestesia local y de precio muy asequible, en muy poco tiempo los pacientes conseguían cocinar unos huevos fritos estupendos, con su ribete, su clara firme y sin adherencias, y una yema en su punto, sujeta pero fluída, en la que era un gozo mojar el pan casero importado de Spica de Virgo.

Sin embargo, Erskine Deleuze, que ya había planeado sacar grandes beneficios de su descubrimiento, acabó dándose de que debería mantenerlo en secreto para siempre, y que aquellos pacientes devueltos a una casi normalidad nunca podrían abandonar el Edipo Complex. Aquel sistema abría las puertas a ilimitadas posibilidades de desarrollo de control del pensamiento que convertirían la libertad individual en una quimera. No ya en manos de gobiernos despóticos, como las estaciones colmena llenas de clones del tipo Babyboom 5 que pululaban por el sector. Ni se atrevía a pensar qué harían las venales autoridades de Hypokrisis si aquellos seis mil pacientes volvían a caer en sus manos, por no decir de los mercachifles nómadas como su amigo Astarté Kraus, cuyas ocasionales visitas comerciales a Edipo Complex debían ser desde aquel momento impedidas.

Su conciencia se sobrepuso a todo lo demás. Algo había que hacer para proteger el secreto, y para darles a aquellos pobrecillos una vida decente. Así que anunció que se tomaba un periodo sabático indefinido, tras el cual se dedicaría a investigación fundamental, y cerró el Edipo Complex al público. Despidió al personal colaborador con suculentas indemnizaciones y cartas de recomendación llenas de encomios para otras instituciones sanitarias, y activó un carísimo sistema de antibalizamiento contra intrusos en torno a todo el satélite que adquirió a la General Bullmoose. Solo, y con la única ayuda de la media de docena de pacientes que había deshibernado y tratado hasta entonces, a los que llamaba cariñosamente "sus huevofritos", comenzó sus planes y trabajos para una nueva utopía, una sociedad ideal de esquizofónicos reinsertados.

De uno en uno, cada enfermo fue reanimado y curado, y acogido en la nueva ciudad "Edipo sin complejos", que más tarde fue bautizada sencillamente como "Luna Azul". A todos se les dio un puesto, una función y un trabajo, elegido cuidadosamente a partir de las pruebas de personalidad y capacitación. Las cargas laborales no eran excesivas, y todos tenían disponibilidad de un grado muy razonable de comodidades materiales y numerosas horas de ocio, que eran en parte elegidas por los sistemas de corrección y prótesis de los impulsos (popularmente llamados "marcapasos"), pero que en los casos menos graves funcionaban lo bastante sutilmente como para dar a los ciudadanos un grado alto de iniciativa en lo social, lo laboral, lo lúdico y los sexual.

Desgraciadamente, Deleuze nunca pudo compatibilizar el control de impulsos del marcapasos con la invención artística. A los pacientes cuyo perfil aconsejaba dedicar a estas actividades hubo de programarles en la prótesis un filtro de configuraciones que, pese a ser lo más flexible y adaptable que la tecnología permitía, teñía cada creación, del género que fuera, de un tono solemne y académico que no resultaba estimulante. Podía pasar con los decoradores de interiores y los encargados de los arreglos de la jardinería hidropónica, pero la inmensa mayoría de los productos de ocio y las ficciones de consumo que circulaban en aquella sociedad cerrada eran importadas, y sólo se filtraba un pequeño porcentaje de ñoñas obras propias en los gustos del ciudadano medio por una fuerte política proteccionista y una incapacidad oportunamente programada en los marcapasos para reconocer los plagios más burdos y descarados.

No ternía Erskine vocación de amo de una legión de esclavos, y cuando vio que incluso una pequeña minoría de pacientes con un grado menor de enfermedad demostraban bastante iniciativa como para irse, muy poco a poco, casi imperceptiblemente, organizando como un embrión de élite política y cultural, meditó seriamente la posibilidad de abandonar todo control y supervisión de la ciudad que había creado, y estar en contacto con ellos por medios remotos, sólo ante la posibilidad de que se presentara una crisis inesperada que estuviera por encima de las posibilidades de reacción de aquellas mentes felices, pero rutinarias.

La primera crisis fue mucho más inesperada y más trivial de lo que Erskine pudo haber previsto, aunque afortunadamente se saldó con pocas víctimas. Un día que volvía de las zonas sin aire del espaciopuerto de revisar su nave para una futura partida, Erskine se encontró con que la esclusa principal de entrada en la ciudad no funcionaba desde fuera. Un contratiempo sin importancia, que le hizo dar un rodeo de un escaso kilómetro a la esclusa secundaria, que tampoco pudo abrir. Ahí comenzó a pensar que tal vez fuera una avería general de los sistemas exteriores de input, sospecha confirmada por la falta de respuesta de la radio.

Nada inquietante; esa misma avería ya había ocurrido unos años atrás, y no había ocurrido ningún percance. Su soporte vital duraría horas, y las esclusas eran accionables de forma manual desde el interior de los habitáculos. Bastaría con aporrear las finas paredes metálicas de una zona concurrida para que cualquier transeúnte se percatara. Juntando su casco a las paredes externas, incluso podrían oir su voz, y si se asomaban al exterior podrían verle por los tragaluces.

Durante las horas siguientes se agotó aporreando, gritando y gesticulando en uno de los tubos de tránsito general, ante una multitud de esquizofónicos indiferentes, que habían aprendido a ignorar los ruidos y las voces extrañas, y a desdeñar toda visión inesperada como una alucinación. Ningún marcapasos tenía programada, entre sus tareas, esperar el regreso del Doctor Deleuze, así que nadie le esperó.

Cuando recordó que en la nave tenía soporte vital para varias semanas, era demasiado tarde, y no pudo deshacer los kilómetros andados en su vagar frenético de tragaluz en escotilla. La Monitora del Espacio Profundo que me relató esto no pudo, o no quiso, seguir las mentes sujetas a marcapasos, así que nadie sabe cuánto tiempo tardaron en encontrarlo sus pacientes y súbditos.

Pero alguna vez debieron buscarlo, y otros muchos indicios dan a entender que debían echarlo de menos. Cuando, cien años después, una patrulla del Space Opera Corps franqueó los restos del aparato de seguridad que vedaba la Luna Azul de Bedlam IX, encontró la ciudad desierta, aunque muy bien conservada y con signos de una evacuación ordenada y apacible, sin ningún rastro de sus antiguos habitantes excepto una gigantesca estatua de hielo y platino en el perímetro exterior del antiguo complejo, en cuyo pedestal se reproducía el antiguo lema comercial de Edipo Complex.

La estatua, como ya se ha dicho, fue erigida en honor de Erskine Deleuze, y reproducía sus facciones con un estilo que, aunque bastante exacto, daba a entender un grado de evolución en su diseño más allá de lo que las primitivas prótesis hubieran permitido.

Pero ningún documento se ha conservado del diseño de los marcapasos, y es también un misterio la posterior evolución del arte, y de la sociedad de los antiguos habitantes del complejo, de los que no nadie sabe si han sobrevivido, o a dónde fueron, y tuvieron mucho cuidado de no dejar ninguna pista tras de sí en los laberintos de túneles excavados a los pies de la estatua de Erskine.

P.S. (un indicio de la curiosa forma de actuar que tenía esta nueva raza que tenía por emblema un sol en forma de huevo frito nos lo da el hecho de que el destacamento del Space Opera Corps encontró el cuerpo del doctor Deleuze en el mismo sitio en que cayó, un siglo antes: en el exterior del espaciopuerto, a sesenta metros de su nave)