lunes, mayo 22, 2006

35.- Pring Gao, ideólogo bocazas.


Los muros de mil ciudades colmena y comunas penitenciarias florecían con los coloridos pasquines que expresaban sus ideas. El Glorioso Inmortal Líder lo aprobaba por su obediente ortodoxia; el apacible pueblo llano lo quería, por su tradicional y ameno estilo, los jóvenes inquietos lo admiraban por su tono audaz y apasionado: Pring Gao disfrutaba de una cómoda y segura posición como ideólogo principal del Sistema Político Comunitario Zaoniano, un régimen colectivista democrático que se perpetuaba bajo la amorosa dirección del Glorioso Inmortal Líder desde tiempo inmemorial.

En todo régimen político se requiere un cambio periódico para asegurar su estabilidad; en el Zaoniano, el Glorioso Inmortal Líder no mudaba nunca, pero cada cierto tiempo se eliminaba a un sector, a una familia política dominante, después de que los medios de comunicación y los pasquines que libremente florecían por doquier comenzaran a apuntar contra ellos, lo que al principio parecían constructivas críticas, meras bromas amistosas, y pronto crecían hasta la condición de demoledoras campañas de denuncia y linchamiento hasta que el Glorioso Inmortal Líder se veía obligado a salvar el Sistema Político, una vez más, con una infalible intervención que arrojaba a los culpables a un abismo de desaparición y olvido, o en los casos más leves, al destierro en los campos de trabajo y a las calles de las ciudades abarrotadas, al alcance de las iras de la multitud.

Pring Gao llevaba largo tiempo como ideólogo por toda una conjunción de virtudes, de las que la mayor era, sin duda, su gran visión a la hora de anticipar cuáles serían los elementos del sistema que acabarían revelándose como saboteadores y traidores gracias a su profundo estudio y comprensión de los gestos e insinuaciones que brindaba el Glorioso Inmortal Líder en sus escasos y crípticos escritos. Él era siempre de los primeros en comenzar con las ironías y las suaves bromas, y nunca se quedaba atrás cuando éstas iban creciendo hasta convertirse en duras críticas y en acerbos llamamientos a la purga de los elementos indeseables. Los que no eran tan sutiles como él en interpretar los designios siempre acertados del Glorioso Inmortal Líder lo tomaban como referencia infalible de por dónde iban a ir los tiros, de qué habría los próximos meses que decir y que pensar para formar parte verdaderamente leal de la Comunidad Zaoniana (y estar a salvo). Era lo más parecido a un líder de opinión en un sistema que no toleraba el liderazgo ¿Por cierto, hay algo más libre que una sociedad que no tolere eso?

En la celebración de su aniversario como humilde cronista e ideólogo de a pie fue agasajado por representantes de todos los sectores sociales en una fiesta íntima, austera, pero bien surtida. Concedió una entrevista a un joven ayudante de redacción para la ocasión, y luego todos los presentes se concentraron en la fiesta. Se sirvieron manjares de calidad superior a la máxima obligatoria, corrió abundante vino de arroz y se contaron chistes y anécdotas de muchos años de profesión. Era un Pring Gao ahíto y relajado el que despidió a los pocos trasnochadores que habían seguido a su lado la velada hasta el amanecer con un agradecido y cómico discurso improvisado que abundó en irónicas fórmulas de gratitud hacia aquellos jóvenes que tanto cuidado y compañía prodigaban a aquel pobre anciano que a duras penas podía ya sostener la holopluma o mantenerse erguido doce horas de festejos.

Un hombre viejo como él apenas necesitaba dormir, por muy pesadas que hubieran sido sus diversiones nocturnas. Fue de los primeros en enterarse de que el joven redactor que le había hecho la entrevista oficial había también incluido en ella, como epílogo, una recensión de su jovial discurso de despedida, abundante en autoalusiones al viejo anciano que a duras penas podía ya sostener el ritmo de los jóvenes, en irónicas autocríticas sobre la chochera de la edad que exponía a cometer continuos y divertidos errores.

Aunque las intenciones de aquel odioso jovenzuelo eran transparentes, al principio no se inquietó demasiado. Sus largamente adquiridos reflejos de superviviente no le habían permitido aquella noche que su lengua se desatara accidentalmente en nada que pudiera parecer, ni por asomo, una deslealtad, o siquiera un asomo de crítica al Glorioso Inmortal Líder ni al Perfecto Sistema Político Comunitario Zaoniano. Eran muchos años de experiencia. Ya en su juventud había visto amenazada su posición por adversarios mucho más hábiles que aquel repelente advenedizo, y eso en épocas en que su prestigio estaba mucho menos asentado; sabría reconducir la situación.

Pero no había tenido en cuenta precisamente su actual influencia, su prestigio. Todos se habían acostumbrado a interpretar sus gestos como prospecciones fiables y de primera mano de las misteriosas intenciones del Glorioso Inmortal Líder: todos sus gestos. Casi inmediatamente, los medios e intelectuales sólo por detrás de él en prestigio se hicieron eco de aquellas bromas, y las complementaron con otras de su propia cosecha que volvían a incidir en las cómicas inadaptaciones de la vejez. Todo en un tono amable y cómplice, que, sin embargo pronto fue subiendo de tono, incluso entre figuras del pensamiento de aquel mundo de las que sabía bien que no tenía que esperar hostilidad alguna: supo entonces que la avalancha se había desatado, y que todos se habían sumado a ella por miedo a ser arrastrados también por la corriente. En dos días, la actitud de sus conocidos, de los subalternos con los que se cruzaba, sus miradas y sus gestos, sólo habían variado imperceptiblemente, pero él sabía ya muy bien que estaba perdido: una marea humana de odio e insulto se cernía como una ola gigante sobre aquella figura solitaria y frágil de un anciano condenado a ser engullido en la vorágine, no importaba con qué fuerza o habilidad se resistiera.

¿Y por qué resistirse? Su chófer asignado, su despacho, su mesa, sus instrumentos de escritura aún estaban allí, aunque él sabía que pronto los perdería para siempre. Ya lo había perdido todo lo que le importaba, pero aún ambicionaba una venganza. Sus escritos aún recibían una difusión máxima, aún miles de voluntarios en servicio forzoso los exponían y pegaban por las paredes de todo el mundo; las bromas, que aún no habían dado paso a las críticas, hasta el momento sólo habían socavado su posición, no su influencia. Si la corriente del momento era la crítica al anciano e inútil ideólogo Pring Gao, se pondría al frente de ella.

Sus escritos de autocrítica y confesión fueron, al decir de muchos, su obra maestra. Con qué fuerza de argumentos transmitió la convicción de que ya había pasado el tiempo de los ancianos rancios y alejados de la realidad que opinaban de una sociedad comunitaria vivaz, sólida y fresca desde las alturas obnubiladas de sus autocomplacientes torres de marfil, de que aunque en otros tiempos hubieran denunciado mil amenazas y mantenido viva la llama del ardor revolucionario, el régimen debía desprenderse de ellos, sin olvidar, tal vez, los servicios prestados, pero sin dejar que la nostalgia mal entendida o los intereses creados distrajeran al Glorioso Inmortal Líder de su misión de conducir cada día la evolución social hacia una forma más eficiente, más perfecta. Una sociedad en la que los viejos descansarían, y en la que no se daría oportunidad a aquellos jóvenes de intenciones oscuras que pretendían ocupar el espacio dejado por la vieja guardia que se retiraba voluntariamente. ¿Qué pretendían subiendo a aquellas torres de marfil de tinta y papel, a perpetuar los viejos vicios, cuando el tiempo de los ideólgos había pasado, cuando tantas gloriosas oportunidades de servir a la comunidad esperaban con una azada, en vez de una holopluma, con una acarreadora de fungofertilizante en vez de una imprenta, en un campo agrario de trabajo en vez de en una corrupta torre de marfil?

Los escritos de Pring Gao sólo fueron el principio de un proceso de autocrítica y purga que retroalimentado en un círculo vicioso alcanzó cumbres nunca vistas. Así llegó una de las épocas más interesantes de la monótonamente convulsa sociedad Zaoniana: la Transformación Ágrafa, también llamada Revolución Anticultural, en la que todos los trabajadores alfabetizados no imprescindibles (y la mayor parte de aquellos que sí lo eran) fueron ejecutados o destinados a trabajos forzados extremadamente duros. Pocos documentos se conservan de aquella época, por lo que nadie sabe a ciencia cierta el último destino del astuto Pring Gao, si acabó sus días en una colonia de mínima seguridad de reciclado geriátrico, si aprovechó el caos desatado para esconderse, o si la misma revuelta que se llevó por delante a sus colegas más jóvenes acabó también con él. El Sistema Político Comunitario Zaoniano prosiguió su camino, fuertemente disminuido de sus elementos más cualificados (y de parte sustancial de su antes inmensa población, de rebote), aunque unas décadas después atravesó una etapa oscura cuando el planeta fue invadido, como consecuencia accidental de una abducción zuchina que depositó a sus sujetos de experimentación en el planeta equivocado, por una colonia de alienígenas armados con palos y piedras, en número de una docena, contra la que los quebrantados zaonianos no encontraron defensa adecuada.

Eventualmente se llegó a un acuerdo con los invasores, que se establecieron en el planeta como la nueva élite intelectual y tecnológica; aunque, como siempre, el Glorioso Inmortal Líder siguió gobernando, llevando a su pueblo por la senda cada vez más gloriosa del progreso.