domingo, junio 04, 2006

38.- Esmeralda Cheerleader, alentadora hasta el último aliento.

Esmeralda Cheerleader era de las que nunca le escatimaba un "ponte bueno" a un moribundo. Fanática de las expresiones de ánimo excesivamente optimistas, de los "ya verás como no es nada", "ánimo, chica" y "en momentos como éstos, lo que uno tiene que hacer es recoger sus piernas y seguir adelante", siempre estaba allí donde se producía un problema o una desgracia, y su voz se hacía oir por toda la zona más salvaje y sin duchar del planeta Westworld, un lugar fronterizo y a medio civilizar en los sectores más a trasmano de los lindes de la Nebulosa Meta, por donde sólo pasaban ocasionales cohetes correo y espaciadas convenciones del Milenario Culto Startrekiano, llevadas allí por la infundada leyenda de que en aquella biosfera se habían rodado los exteriores de varios episodios de su serie preferida.

Aquélla era la típica mujer del espacio-tiempo fronterizo que le había tocado vivir: en diversas etapas y con distintas suertes había sido pastora, ganadera, granjera, cazadora, predicadora, maestra, alguacila, cuatrera, periodista del corazón y bailaora flamenca, su vida fue un constante vaivén entre la pobreza más sucinta y la ruina más esplendorosa, pero en los altos y los bajos, en cualquier posición y vicisitud, siempre hacía oir su voz animosa y sus graciosos consejos: "¿Y cómo sabes que no sabes nadar? ¡Haz la prueba!"; "Bueno, míralo por el lado bueno, te queda el otro brazo" y "No os preocupéis chicos, claro que hay algo que podemos hacer por vuestro papi y vuestra mami: enterrarlos para que no se los coman los buitres". Su voz, su optimismo y sus botas de caña alta de las que se decía que no se podían quitar ni poner sin apoyo electrohidráulico presenciaron todas las aventuras, anduvieron todos los senderos, pisaron todas las bostas equinas de la franja crepùscular de Mundo Oeste, a un lado y otro de la zona de penumbra, en un extremo u otro de la ley, a veces sola, a veces en compañía de otras leyendas de la época, como Juanita Caramitad, Billy el Larva, Old Pajerhand y Chúfalo Bill.

Su última aventura fue la legendaria búsqueda de "El Tesoro de Putamadre": cuando se corrió la voz de que un enorme filón de Vibranium místico había sido hallado en las triples montañas de Vairsu-Putamadre-Yonó (llamadas así, según la leyenda, en memoria de los tres hombres que estuvieron a punto de descubrirlas), ella y el infalible pistolero ciberorgánico Tirofijo Bullseye formaron una asociación temporal para aventurarse, en competencia cerrada con otros sesenta mil desesperados, en una carrera hacia la fortuna escondida en lo alto de aquella cordillera: una carrera contra el tiempo, contra los otros buscadores, contra el invierno que se acercaba, contra la ley de la gravedad, y contra toda lógica, dado que era bastante sospechoso que aquel rumor, y la Fiebre del Oro y éxodo consecuentes, lo hubiera propagado por medio de su página web el Antiguo y Venerable Gremio de Ladrones y Saqueadores de Casas Vacías, establecido cinco años antes.

De los que se embarcaron en la carrera por el Tesoro de Puta Madre, algunos tuvieron más suerte que otros: unos volvieron con las manos vacías, otros volvieron sin manos y sin pies, agarrados con los dientes a las riendas de sus montuas, y otros (los de dentadura más débil) no volvieron. Para todos ellos hubiera tenido Esmeralda Cheerleader unas palabras de ánimo, si no se hubiera quedado para siempre en lo más inaccesible de aquellas montañas.

Ocurrió en las primeras semanas del deshielo precesional: Esmeralda y Tirofijo Bullseye se estaban arriesgando a pasar los primeros por el temido Paso de Despeñapiedras cuando aún las torrenteras escupían el agua y los derrubios de los glaciares con enorme furia. Ya parecía que iban a lograr abrirse paso por aquel infierno de aguanieve y pedriza, cuando una enorme roca rodante se abalanzó sobre ellos, cortando el sendero en una amplia franja, separando a ambos exploradores y llevándose consigo las monturas y todos los equipos.

Tirofijo Bullseye quedó agarrado a la vida sólo por unas ramas mientras la fuerte corriente luchaba por llevárselo; Esmeralda Coletillas no quedó en mucho mejor situación, en pie sobre un minúsculo y aislado saliente rocoso sobre el que apenas podía apoyar los tacones de sus botas. Era una situación desesperada, y Bullseye lo sabía, aunque Esmeralda hizo todo lo que pudo en las siguientes dos horas para inculcarle lo contrario.

Dos horas: eso fue lo que los poderosos servobrazos de Tirofijo Bullseye lograron mantenerse afianzados en aquel ramaje ante la fuerza imparable del torrente. Durante las dos horas, tuvo que soportar las continuas voces de ánimo de la chillona Cheerleader, que no hacía más gritar "¡aguanta! ¡AGUANTAAAA! ¡AGUANTAAAA!" mientras el taciturno pistolero ciborg colocaba sus brazos en posición de freno automático y aguantaba el chaparrón. Por qué aguantó dos horas, y no más, no es bien sabido. Sus brazos automatizados hubieran podido mantenerlo allí indefinidamente; tal vez las ramas que lo soportaban no resistieron más el peso y la corriente, o tal vez vio inútil luchar más.

El caso es que a las dos horas, sus manos de acero se soltaron y cayó durante un largo rato hacia la muerte. Nada más verlo caer, la pesada Cheerleader cambió a toda velocidad la letra de su cantinela, y empezó a gritar a voz en cuello "¡ánimo! ¡ÁNIMOOOOO! ¡NO TE CAIGAAAAAAS!". Sólo lo hizo unos segundos; desde cientos de metros más abajo, en movimiento acelerado, en una postura que se podía denominar como incómoda, y a una distancia considerable que acreditaban su bien ganada reputación de pistolero de infalible puntería, Tirofijo Bullseye sacó sus dos fásers Tokamak 45 y le volatilizó su cabecita llena de buenas intenciones.

Los historiadores de aquella época dorada de Westworld suelen calificar este acto de Tirofijo como una pataleta inicua casi a título póstumo, empujada por la rabia y la desesperación. Este, vuestro amistoso crítico literario e histórico, tiene otras opiniones. Dudo que ni las ramas, ni las manos ciborg de Bullseye cedieran. En posición de trabado automático, incluso aquel modelo antiguo hubiera podido aguantar mucho más tiempo, más de lo que la armadura y la carne del pistolero hubieran soportado la brutal abrasión la grava y el agua torrenciales. No me cabe duda de que aquel ciberhombre cayó al vacío justo en aquel momento por su propia elección.

¿Lo hizo harto hasta la exasperación de los contraproducentes gritos de ánimo de su acompañante? Eso piensan algunos, yo no lo creo. No sólo sus brazos eran biónicos, sino también sus oídos, y por tanto, deconectables a voluntad.

Bullseye cayó porque vio llegada su hora más allá de cualquier remedio, y decidió aceptar su suerte. Además, con las manos sueltas podía hacer, por última vez, lo que mejor sabía hacer y más le gustaba: disparar. ¿En un acto de ira, de represalia contra Cheerleader? Tampoco lo creo.

Cheerleader también estaba condenada, aunque sólo el ciborg actuaba como si lo supiera. No hubiera podido mantenerse en aquel saliente mucho tiempo más. Y con la desaparición de su compañero, no le hubiera quedado más remedio que dirigir sus frases de ánimo a (o contra) sí misma. Y tal vez no se hubiera visto capaz y hubiera tenido un largo rato para afrontar sola, y en silencio, la desesperación de la que siempre había huido de la forma más insensata y grotesca.

Bullseye, el callado y calmo pistolero, mató a Cheerleader en un acto de misericordia, de compañerismo, de recuerdo de viejas correrías.

Y de justicia poética y estética. Estaba bien que las últimas palabras de Esmeralda Cheerleader fueran unas palabras de ánimo.