37.- Buenaventura Sescama, solipsista susceptible.
La vida era un angustioso discurrir entre un piélago de enemigos para Buenaventura Sescama. ¿Qué intenciones ocultaba el saludo de aquel tipo por la calle? ¿Qué pensaba de él aquella muchacha que le sonreía? La mayor parte de sus inseguridades eran, como podrá suponerse, más o menos infundadas; aunque basada en un fondo de verdad, era también exagerada su sensación de que una general opinión de él como un majadero y un inadaptado se extendía por toda la Galaxia en ondas expansivas de rechazo que se propagaban a velocidades antirelativistas e iban abarcando cientos de mundos y billones de personas. Pero era sólo exagerada porque al pobre Buenaventura a duras penas lo conocían una pequeña parte de los gatos de su casa, tan sólo aquellos cuya mirada le parecía menos enigmática, a los que permitía el acceso ocasional al armario empotrado en el que gustaba de pasar los días en una sensación de relativa seguridad.
Entre su vida en aquel recinto y ocasionales y tensas salidas al equismercado de la esquina para comprar pechugas de pollo y comida de gato, discurría aquel pobre humanoide su vida, en un terror continuo del que se podría decir que dominaba sus días sin grandes sobresaltos.
¿Y qué días eran ésos? Eran los días anteriores a los Protocolos; unos días de incertidumbre y maravilla, en los que las Dimensiones del Pensamiento eran un descubrimiento reciente, un territorio por explorar sin normas ni fronteras, por el que telépatas y transcendentes iban y venían, abriendo caminos y puertas entre aquellos mundos y el nuestro, trayendo dones inimaginables que solían ir envueltos en Cajas de Pandora.
Pero incluso en esos días en los que todo podía pasar, era bastante sorprendente el hecho de que una mano desconocida aporreara la puerta de un armario empotrado en un dormitorio cerrado por dentro en lo más profundo de un apartamento cuyos accesos estaban vedados a todo el mundo por una docena de cerrojos y sistemas de seguridad, además de por cuatro toneladas de desperdicios diversos, pues nuestro pobre sujeto no era precisamente un perfecto amo de casa.
Y esto es justo lo que le pasó a Buenaventura Sescama aquella tarde: unos suaves, se podría decir que educados golpecitos, sacudieron desde fuera la puerta de su armario. Demasiado aterrorizado para caerse al suelo muerto allí mismo, Buenaventura esperó en la oscuridad con los ojos como platos, hasta que la misma mano que golpeara la puerta del armario abrió lentamente sus hojas.
Era un hombrecillo verde, del tipo usual. Buenaventura no lo reconoció, aunque aquel tipejo con cabeza de calabacín, piel de melón, cabellera de brécol, dedos como sojas germinadas y ojos de patata, y que para colmo, se llamaba Arcimboldo XG-457, se haría en poco tiempo universalmente famoso e infame como el primer experimentalista zuchino con poderes telepáticos, demiúrgicos y transcendentes. Afortunadamente hasta su recuerdo ha sido erradicado por el Cónclave Protocolario, y no ha vuelto, ni puede volver a haber otro como el Gran Arcimboldo, porque cualquiera que sepa los problemas que causan los experimentalistas zuchinos con sus platillos errantes y su gusto compulsivo por las abducciones y los experimentos imprudentes se podrá hacer idea de que un zuchino con unos poderes semejantes a los de los dioses era más peligroso que una piraña en..., mejor dicho, más peligroso que un mono con parkinson con un dedo apoyado en... no, mejor dicho, que una manada de dinosaurios hambrientos, rabiosos, racionales, superinteligentes y equipados con... no, mejor no.
¿Para qué perder el tiempo en comparaciones? En una escala de peligro del uno al mil, el riesgo potencial que supone un zuchino casi omnipotente no se puede expresar en números naturales; ni grande ni pequeño, al mismo tiempo infinitamente bueno, infinitamente malo, irrelevante, irreversible y transitorio: el mismo Cantor se hubiera vuelto loco ante la tarea, hubiera abandonado las matemáticas y hubiera iniciado una carrera de cantante vagabundo acompañado de su famoso Conjunto. Arcimboldo el Zuchino era el Peligro de los Mil Mundos y de un millón de universos paralelos.
Pero para el inseguro Buenaventura alí sólo estaba un hombrecillo de aspecto inofensivo y con un cierto aire a ensalada precocinada, que le resultó extrañamente tranquilizador, aunque no se dio cuenta de que ello era sólo por voluntad de su omnipotente huésped.
Naturalmente, Arcimboldo hubiera podido salvar al pobre Sescama de sus problemas instantáneamente y para siempre con sólo desearlo. El mismo Doctor Erskine Deleuze, el genial terapeuta del Edipo Complex, sin más poderes que la extrema capacidad profesional hubiera podido hacerlo, de haber sido contemporáneos. Pero para Arcimboldo hubiera sido demasiado fácil, y aburrido.
Durante el piscolabis que ofreció Buenaventura a su inesperado visitante, el primero en su vida de anfitrión y que consistió en unas pechugas de pollo a la plancha y varias botellas de Viña Andrómeda de la mejor cosecha que aparecieron de la nada, estuvieron hablando de los problemas y miedos que aquejaban a Sescama, de los que, como era de esperar, tenía Arcimboldo el Grande más información que la propia víctima, de forma abierta y relajada. La solución que le ofreció el zuchino omnipotente a Sescama hay que reconocer que no carecía de grandeza: un universo privado, sólo para él.
Sólo para él, pero no solitario. Miles de millones de galaxias, trillones de habitantes rodearían a Sescama en una intrincada, activa y siempre renovada trama de apariencias físicas y vivencias sociales. Sería, eso sí, el único habitante real de aquel universo, y todo lo demás una ilusión de los sentidos, por lo que no tendría nada que temer de las intenciones ocultas de seres que eran sólo elaboraciones de su propia mente. Un solipsismo demostrado y de funcionamiento garantizado de por vida, pero no una imitación de realidad virtual, una engañifa de baratillo, sino un verdadero, genuino universo físico propio, emergido por los poderes de Arcimboldo de la espuma evanescente de las Dimensiones del Pensamiento, y dentro del cual a su único habitante se le conferirían poderes demiurgicos inconscientes y continuos que crearían a su alrededor un mundo tan variado y complejo como el Universo "Real", en el que todo ocurriría como él, o al menos su subconsciente, lo deseara. La única limitación a la que estaría sujeto es que su entrada en aquel universo sería irreversible: los tiempos de cada universo empezarían a discurrir de una forma completamente independiente una vez habitado, y no se podría viajar de uno a otro, por razones análogas a las que no permiten que las cifras binarias utilizadas en un programa informático se frían con abundante aceite y se sirvan con una guarnición de guisantes y zanahorias: porque no tendría sentido.
Accedió Sescama, y, siguiendo las instrucciones de Arcimboldo el Grande, se tapó la cabeza con una bolsa de patatas fritas extragrande (y vacía) bastante opaca, cerró los ojos, extendió los brazos y dio veinticinco vueltas sobre sí mismo mientras cantaba a voz en cuello "La vida es una tómbola tom tom tómbola" meneando ligeramente el culete. Cuando acabó aquel rito de tránsito y se quitó la bolsa de la cabeza (y bastantes trozos de patata del pelo, por cierto), abrió los ojos a una nueva vida y a una nueva realidad.
Su subconsciente no había demostrado demasiada imaginación: la primera visión de su nuevo universo privado era la de un dormitorio igual al suyo, un armario empotrado como el que había sido su refugio y unos gatos iguales a los de su casa que lo miraban con caras enigmáticas. Pero ahora sabía que nada tenía que temer de una cara o de unos ojos que se fijaran en él: tras ellos sólo estaba su propia imaginación.
Desde entonces ha sido bastante feliz en su universo privado; desgraciadamente, a veces duda de la no realidad de su universo, lo que ha hecho que restrinja sus salidas y siga viviendo en su, por otra parte acogedor, armario empotrado. Pero tiene mejores y más largas rachas de seguridad en sí mismo, que se pueden considerar momentos felices como nunca los tuvo.
Claro que también las dudas son más torturadoras; a veces piensa que en su nuevo universo hay otras mentes aparte de él, que se mantienen ocultas y le acechan. Tal vez no toda la gente que se cruza es ilusoria y alguien real, verdadero, tangible, le observa con malevolencia, le acecha reptando por la hierba de su particular paraíso sin Evas ni árboles, en el que Adán se confunde con Dios.
A veces sus dudas son de otro tipo: ¿Y si aquel tipo verde le tomó el pelo y éste sigue siendo su universo de siempre, y la gente le sigue tomado por un raro y un chiflado? Estas dudas le abordan especialmente desde que descubrió en Teranet un video bastante tronchante de un chorra con una bolsa de patatas en la cabeza que canta "La vida es una tómbola tom tom tómbola" mientras da vueltas sobre sí mismo y menea el trasero como un niño de tres años con vocación prematura de Drag Queen de espaciopuerto. Pero su seguridad en sí mismo ha crecido bastante con su nueva convicción, lo que le permite desechar esos pensamientos turbadores, al menos casi siempre. ¿Por qué iba a utilizar un ser omnipotente una cámara digital cutre, de la misma marca que la suya, para hacerle una broma de ese tipo?
Y si ve a los gatos mirarle fijamente, les devuelve la mirada; no va a ser tan desconfiado como para pensar que el gran Arcimboldo les ha concedido una inteligencia igual a la humana, que fueron ellos los que grabaron aquel video y lo difundieron por Teranet, que están atentos a sus chaladuras para difundirlas por los foros y que cuando lo miran fijamente, con esas caras inescrutables, lo que les pasa es que, en el fondo, lo han tomado por el pito del sereno y se mueren de risa.
36.- Barringer Zeta, descubridor de una preciosa y mortal naturaleza muerta.
La entrada de ingresos, aunque con altibajos, se mantiene, pero sólo los hosteleros más cínicos pueden sostener que la Luna de la Vieja Tierra conserve el encanto que la hiciera una vez la meca del turismo de mil mundos. A la desaparición del horizonte de su mal llamado Hemisferio Visible de aquella hermosa esfera azul que aún sigue apareciendo en los cuadros luminiscentes que se venden de recuerdo a los turistas de gustos más vulgares se unen los problemas para disimular a los ojos de los más viajeros más exquisitos las decenas de siglos de ocupación humana en uno de los mundos más poblados de la galaxia, una multicolmena abigarrada de consumidores irresponsables y especuladores inmobiliarios que, para colmo, carece de atmósfera, y por tanto, de una compasiva erosión que vaya disimulando las transgresiones continuas. Las rodadas de los autobuses turísticos han aplastado hasta la última huella de antiguos astronautas en los primeros parajes históricos de exploración; los niños abollan a puntapiés las patas de apoyo de los restos de los módulos lunares; la placa que conmemora el primer alunizaje está llena de pintadas guarras; los gamberros pegan mocos en los instrumentos ópticos abandonados en las primitivas sondas Surveyor; los cráteres abarrotados de latas de cerveza deslumbran a los pasajeros de los cruceros fotográficos orbitales y en los mares lunares que antes fueron tranquilas y eternamente áridas planicies de lava vítrea, los vertidos de desechos lubricantes resistentes al vacío permiten, por primera vez en eones, practicar el surf y el patinaje, por lo que los fines de semana se llenan de gamberros que se sirven la baja gravedad para hacer piruetas, y aprovechan los nuevos trajes de polimaterial transparente para marcar paquete enseñando el tanga de leopardo.
Pocos paisajes de la Luna de la Tierra conservan hoy en día su prístina pureza. Hasta el polvo original depositado durante millones de siglos de impactos de micrometeoritos ha sido excavado hasta el basalto primigenio para aprovechamientos industriales en la mayor parte de las áreas transitables. Quedan muy pocos lugares en los que uno pueda contemplar la naturaleza muerta que emocionara a Armstrong, a Aldrin o a Harriman en según qué universo alternativo, y naturalmente, cuando un aventurero, un moderno explorador de los caminos lunares se topa con uno, rara vez resiste la tentación de dejar testimonio de su paso, ya sea informando de sus coordenadas en los foros de Teranet, los más sensibles, o la mayoría, haciendo cosas del estilo de escribir con su bastón de trekker el lema "MANOLO XXIII ESTUBO AQUÍ" en letras de seis metros de ancho para que sean visibles desde la órbita. En ambos casos el resultado es el mismo, y el paraje virgen se arruina irremisiblemente.
Por eso mismo el Café Regolito tiene tanto atractivo: es el único local de la Luna que ofrece vistas a uno de los parajes naturales de más belleza y más perfectamente conservados del antiguo satélite de la Tierra; afortunadamente, el turismo masivo no ha echado a perder el encanto del lugar: no es muy accesible. Hay que atravesar en un traqueteante funicular minero más de mil kilómetros de túneles protegidos contra la radiación y excavados a gran profundidad en la corteza, tras lo cual una ascensión vertical de más de cuatrocientos niveles nos lleva a la serie de geodas y cavidades naturales interconectadas que, enterradas en el lateral de un anfractuoso acantilado, forman el Café Regolito. Aunque el lugar es encantador y repleto de objetos interesantes, naturales y manufacturados, la mayor parte de la poca gente que viene por aquí lo hace por la vista: a través de sus angostos ventanales de vidrio de óxido de plomo se despliega una hondonada prístina, nunca hollada por pie alguno, donde los rayos de luz afilados y sin matices de un sol sin atmósfera arrancan destellos deslumbrantes a un completo paisaje de cristales de roca de colores inusitados, naranjas, índigo y cobalto, turquesa, ámbar y rojo rubí, depositados allí en incontables eras de actividad volcánica y meteórica. Los colores refulgentes al sol de los cristales tienen como marco neutro y estable una amplia extensión de fino regolito gris, un polvo suave y mate que no muestra más marcas, incluso en escáneres ampliados, que la primordial trama fractal de microcráteres que se ha ido conformando desde el principio de los tiempos.
A este paraje se lo llama la Cañada de Barringer. Nadie ha hollado nunca esa naturaleza muerta, ni hay temor de que se haga alguna vez. En un rincón de privilegio de los pintorescos muros del Café Regolito se expone una holografía polvorienta del geólogo y aventurero Barringer Zeta, descubridor de este lugar. Barringer fue un típico representante de una época heroica de la exploración espacial, cuando los rápidos avances en la propulsión más veloz que la luz habían difuminado la exploración humana por un millar de mundos, y la Luna se había convertido en un patio trasero semiabandonado y lleno de chatarra en el que apenas vivían unos millares de tipos raros, a un mismo tiempo pioneros y nostálgicos, símbolos vivientes de lo contradictorio de su época. Barringer Zeta era uno de ellos: defensor decidido del progreso y la exploración, por un lado, y observador reluctante del imparable proceso, que ya entonces comenzaba, de destrucción de la silenciosa belleza natural de las piedras lunares, en aras del aprovechamiento minero, de la acomodación de vivienas e infraestructuras, o, simplemente, por causa del desprecio y la negligencia más absolutas. Pero aunque a él debemos este hallazgo, y aunque sin duda su sensibilidad se hubiera visto halagada de haber llegado a ver que este lugar se conserva intacto, dicha conservación no la debemos a él.
Debemos agradecérsela a la inextricable red de rayos desintegradores automáticos y accionados por el movimiento que cubre el lugar. Nada que se dibuje sobre el corto horizonte de la hondonada y cuyo paralaje indique que está a menos de cien kilómetros del suelo sobrevive a ellos. Las latas y desperdicios que van decayendo de las órbitas de los cruceros turísticos se desvanecen en suave e intangible plasma apenas alcanzan la altura crítica; los exploradores más osados, humanos o robóticos, que han intentado adentrarse en los secretos de la Cañada amparándose en blindajes más o menos sofisticados han ido afrontando, a medida que se acercaban a los emisores, una respuesta progresiva, exponencialmente, más eficaz y peligrosa, cuyo incremento de potencia parecía no tener fin, y que si se la provocaba lo bastante, variaba sus modos de ofensiva de formas insospechadas. Muy pocos de los menos insensatos que se dieron la vuelta a tiempo sobrevivieron a la aventura, y a veces la influencia dañina que emana del lugar, de una forma que aún tenemos poco clara, se las arreglaba para alcanzar a los operadores que manejaban los exploradores robóticos, o incluso sólo observaban los datos a través de los monitores. Se han dado casos inclusos de daños resultantes de acceder a las grabaciones visuales más antiguas, causantes de muerte, de mal funcionamiento o de locura, y fue sonado el caso del perturbado al que se le ocurrió hacer cientos de copias de una de ellas y repartirlas por medio de un envío múltiple a una lista de correo.
A eso se lo llama la Maldición de Barringer, y es una suerte que parezca no afectar a los que observan la temible belleza de aquel lugar a través de los estrechos tragaluces de óxido de plomo trasnparente que se hallan en la parte más lejana (al mismo tiempo que más exterior) de los subterráneos donde se halla el Café Regolito: la angosta caverna llamada el Mirador de Barringer. La misma existencia de este mirador es una suerte, una casualidad increíble: fue practicado por el mismísimo Barringer Zeta en su segundo intento de penetrar en la hondonada, cuando el zanco-robot tripulado altamente protegido en el que iba se quedó definitivamente inmóvil y comenzó a doblarse como una vela frente a una hoguera, sometido a la creciente influencia de los desintegradores que una ignota civilización guerrera, tal vez los Antha, dispusiera allí miles de siglos antes. Mientras el blindaje, y la misma armazón del robot que tripulaba se iban lentamente desintegrando, Barringer fue lo bastante astuto para desequilibrar aquella gigantesca figura ya inerme con unas sabias explosiones de bombonas de diversos gases y unas cuantas patadas bien fuertes en puntos estratégicos, de forma que el robot se desplomara apoyado de espaldas sobre el acantilado en cuyo interior se halla ahora el Café Regolito, tipo de terreno en el que el avezado geólogo esperaba encontrar alguna cavidad natural en la que refugiarse.
Como así hizo. Lo que ahora son los tragaluces fueron las grietas por las que pudo refugiarse con material e instrumentos de la muerte invisible que dirigía todas sus fuerzas contra él. Resguardado por los restos menguantes del robot, improvisó con materiales locales y los restos del blindaje, en una idea genial, un tipo de vidrio aislante que pudiera protegerle de la radiación residual y que no permitía la salida al exterior de ninguna luz que pudiera activar los detectores. Tras eso, pudo dedicarse a sus observaciones de aquel lugar enigmático y a pensar en su rescate. Los túneles mineros que ahora llevan hasta allí no existían entonces: Barringer estaba atrapado en una serie de cuevas, geodas llenas de belleza, pero sin salida. Pronto vio que la suerte que le había permitido sobrevivir a su primer encuentro con aquella hondonada maldita (su robot ayudante, al que había enviado a lo alto de una colina con un teodolito se desintegró ante sus ojos, y eso le había hecho ir con más cuidado) no iba a sonreirle esta vez. Tenía aire y provisiones limitadas, y tal vez se sintiera enfermo de una forma dolorosa e indefinida, como tantos otros después que él que han sufrido el efecto secundario de las radiaciones asesinas que se dirigen inevitablemente contra los intrusos.
Tal vez si fuera rescatado con prontitud podría curarse; tenía un emisor de socorro universal, de alta potencia, que sin duda sería recibido en la base más cercana. El problema estaba en hacer llegar los socorros hasta el interior de aquellas cavidades. Tal vez una expedición bien provista de explosivos, pero sería peligroso para él, para sus rescatadores, y casi con toda seguridad arruinaría todos aquelos hallazgos, aquel valle cuyos minerales únicos tan bien se podían estudiar con instrumentos de distancia, aquellas hermosas cuevas sin parangón en toda la mineralogía de la Luna.
¿La seguridad de sus semejantes? ¿La investigación científica? ¿La preservación de la belleza? ¿La locura y el deseo de muerte asociados a la maldición? No se sabe qué motivo pesó más en el ánimo de Barringer cuando tomó su decisión: dejó abundantes notas y registros, pero ninguno sobre esos pensamientos. Sólo se sabe que, meses después de la fecha estimada de su muerte, una emisión automática con todos los datos científicos y avisos de peligro para incautos, procedente de aquella cavidad, fue recibida en Base Clavius. Ahí comenzó la leyenda de Barringer, y la caza del supuesto tesoro que, ya que era tan celosamente protegido, debía esconder aquel lugar.
Las sucesivas muertes y fracasos acabaron provocando el abandono de aquella zona, y el acceso a las geodas se descubrió de forma casual en una cata minera, siglos después. En las cavidades se encontraron, intactos y preservados por el vacío, los registros e instrumentos de Barringer, y los visitantes pudieron comprobar en persona toda la belleza e interés que transmitiera Barringer a los bancos de datos mucho tiempo antes. Hubo al principio gran interés en observar el lugar: fue entonces cuando se inauguró el palacio Barringer, refugio-hotel de cinco estrellas, que, tras muchos avatares, se acabó conviertiendo en el actual Café Regolito, tranquilo y pintoresco, pero hay que reconocer que cutre y sin clientela: lo difícil del acceso, y un cierto miedo a la maldición y a los muchos enigmas que aún encerraba el lugar fueron, poco a poco fueron espantando a los clientes, incluso a los excéntricos adinerados que disfrutan de los misterios.
Porque los misterios de la Cañada Barringer son reales, y algunos estremecedores. Por ejemplo, cuando los mineros llegaron por priemra vez al complejo de cavernas donde, se supone, Barringer concluyó su existencia, el cadáver del geólogo no se encontró por ningún lado. No parece que pudiera salir por los tragaluces, que ytanto sus herramientas como los fuegos destructores del exterior habían fijado a la roca de forma inamovible; se ha explorado con todo tipo de instrumental el complejo de cavernas, y pese a lo que dicen los amantes de lo insólito que siempre dan su opinión sobre estos temas, los conozcan o no, no parece que desde la zona del actual Café Regolito se pueda acceder a una cueva nueva, a una cámara secreta, donde se esconda el tesoro, el maravilloso secreto que ha motivado tantas muertes, y tal vez el cuerpo de Barringer, muerto o vivo, que sobre eso hay opiniones para todo.
De todas formas, de todas las leyendas, bulos y opiniones controvertidas que circulan sobre este lugar, mi meme preferido es la leyenda que dice que, cada vez que amanece o se pone el sol sobre la cañada, extraños fenómenos magnéticos levantan un leve remolino de polvo que la recorre lentamente, deteniéndose un instante sobre cada piedra preciosa y mineral cristalino brillante. Dicen que es el fantasma de Barringer, que tal vez se vio reducido a este estado de polvo viviente como consecuencia terminal de los ataques sufridos, o de la maldición que pesa sobre él.
O tal vez como un premio de consolación, un pequeño acto de piedad que ha tenido con él la inmortal y ciega fuerza que ataca a los extraños, que pese a todo, le ha concedido el privilegio que quisiera tener todo científico sensible, de poder observar lo que hay de hermoso en la naturaleza sin, al mismo tiempo, alterarlo definitiva, irremisiblemente.
35.- Pring Gao, ideólogo bocazas.
Los muros de mil ciudades colmena y comunas penitenciarias florecían con los coloridos pasquines que expresaban sus ideas. El Glorioso Inmortal Líder lo aprobaba por su obediente ortodoxia; el apacible pueblo llano lo quería, por su tradicional y ameno estilo, los jóvenes inquietos lo admiraban por su tono audaz y apasionado: Pring Gao disfrutaba de una cómoda y segura posición como ideólogo principal del Sistema Político Comunitario Zaoniano, un régimen colectivista democrático que se perpetuaba bajo la amorosa dirección del Glorioso Inmortal Líder desde tiempo inmemorial.
En todo régimen político se requiere un cambio periódico para asegurar su estabilidad; en el Zaoniano, el Glorioso Inmortal Líder no mudaba nunca, pero cada cierto tiempo se eliminaba a un sector, a una familia política dominante, después de que los medios de comunicación y los pasquines que libremente florecían por doquier comenzaran a apuntar contra ellos, lo que al principio parecían constructivas críticas, meras bromas amistosas, y pronto crecían hasta la condición de demoledoras campañas de denuncia y linchamiento hasta que el Glorioso Inmortal Líder se veía obligado a salvar el Sistema Político, una vez más, con una infalible intervención que arrojaba a los culpables a un abismo de desaparición y olvido, o en los casos más leves, al destierro en los campos de trabajo y a las calles de las ciudades abarrotadas, al alcance de las iras de la multitud.
Pring Gao llevaba largo tiempo como ideólogo por toda una conjunción de virtudes, de las que la mayor era, sin duda, su gran visión a la hora de anticipar cuáles serían los elementos del sistema que acabarían revelándose como saboteadores y traidores gracias a su profundo estudio y comprensión de los gestos e insinuaciones que brindaba el Glorioso Inmortal Líder en sus escasos y crípticos escritos. Él era siempre de los primeros en comenzar con las ironías y las suaves bromas, y nunca se quedaba atrás cuando éstas iban creciendo hasta convertirse en duras críticas y en acerbos llamamientos a la purga de los elementos indeseables. Los que no eran tan sutiles como él en interpretar los designios siempre acertados del Glorioso Inmortal Líder lo tomaban como referencia infalible de por dónde iban a ir los tiros, de qué habría los próximos meses que decir y que pensar para formar parte verdaderamente leal de la Comunidad Zaoniana (y estar a salvo). Era lo más parecido a un líder de opinión en un sistema que no toleraba el liderazgo ¿Por cierto, hay algo más libre que una sociedad que no tolere eso?
En la celebración de su aniversario como humilde cronista e ideólogo de a pie fue agasajado por representantes de todos los sectores sociales en una fiesta íntima, austera, pero bien surtida. Concedió una entrevista a un joven ayudante de redacción para la ocasión, y luego todos los presentes se concentraron en la fiesta. Se sirvieron manjares de calidad superior a la máxima obligatoria, corrió abundante vino de arroz y se contaron chistes y anécdotas de muchos años de profesión. Era un Pring Gao ahíto y relajado el que despidió a los pocos trasnochadores que habían seguido a su lado la velada hasta el amanecer con un agradecido y cómico discurso improvisado que abundó en irónicas fórmulas de gratitud hacia aquellos jóvenes que tanto cuidado y compañía prodigaban a aquel pobre anciano que a duras penas podía ya sostener la holopluma o mantenerse erguido doce horas de festejos.
Un hombre viejo como él apenas necesitaba dormir, por muy pesadas que hubieran sido sus diversiones nocturnas. Fue de los primeros en enterarse de que el joven redactor que le había hecho la entrevista oficial había también incluido en ella, como epílogo, una recensión de su jovial discurso de despedida, abundante en autoalusiones al viejo anciano que a duras penas podía ya sostener el ritmo de los jóvenes, en irónicas autocríticas sobre la chochera de la edad que exponía a cometer continuos y divertidos errores.
Aunque las intenciones de aquel odioso jovenzuelo eran transparentes, al principio no se inquietó demasiado. Sus largamente adquiridos reflejos de superviviente no le habían permitido aquella noche que su lengua se desatara accidentalmente en nada que pudiera parecer, ni por asomo, una deslealtad, o siquiera un asomo de crítica al Glorioso Inmortal Líder ni al Perfecto Sistema Político Comunitario Zaoniano. Eran muchos años de experiencia. Ya en su juventud había visto amenazada su posición por adversarios mucho más hábiles que aquel repelente advenedizo, y eso en épocas en que su prestigio estaba mucho menos asentado; sabría reconducir la situación.
Pero no había tenido en cuenta precisamente su actual influencia, su prestigio. Todos se habían acostumbrado a interpretar sus gestos como prospecciones fiables y de primera mano de las misteriosas intenciones del Glorioso Inmortal Líder: todos sus gestos. Casi inmediatamente, los medios e intelectuales sólo por detrás de él en prestigio se hicieron eco de aquellas bromas, y las complementaron con otras de su propia cosecha que volvían a incidir en las cómicas inadaptaciones de la vejez. Todo en un tono amable y cómplice, que, sin embargo pronto fue subiendo de tono, incluso entre figuras del pensamiento de aquel mundo de las que sabía bien que no tenía que esperar hostilidad alguna: supo entonces que la avalancha se había desatado, y que todos se habían sumado a ella por miedo a ser arrastrados también por la corriente. En dos días, la actitud de sus conocidos, de los subalternos con los que se cruzaba, sus miradas y sus gestos, sólo habían variado imperceptiblemente, pero él sabía ya muy bien que estaba perdido: una marea humana de odio e insulto se cernía como una ola gigante sobre aquella figura solitaria y frágil de un anciano condenado a ser engullido en la vorágine, no importaba con qué fuerza o habilidad se resistiera.
¿Y por qué resistirse? Su chófer asignado, su despacho, su mesa, sus instrumentos de escritura aún estaban allí, aunque él sabía que pronto los perdería para siempre. Ya lo había perdido todo lo que le importaba, pero aún ambicionaba una venganza. Sus escritos aún recibían una difusión máxima, aún miles de voluntarios en servicio forzoso los exponían y pegaban por las paredes de todo el mundo; las bromas, que aún no habían dado paso a las críticas, hasta el momento sólo habían socavado su posición, no su influencia. Si la corriente del momento era la crítica al anciano e inútil ideólogo Pring Gao, se pondría al frente de ella.
Sus escritos de autocrítica y confesión fueron, al decir de muchos, su obra maestra. Con qué fuerza de argumentos transmitió la convicción de que ya había pasado el tiempo de los ancianos rancios y alejados de la realidad que opinaban de una sociedad comunitaria vivaz, sólida y fresca desde las alturas obnubiladas de sus autocomplacientes torres de marfil, de que aunque en otros tiempos hubieran denunciado mil amenazas y mantenido viva la llama del ardor revolucionario, el régimen debía desprenderse de ellos, sin olvidar, tal vez, los servicios prestados, pero sin dejar que la nostalgia mal entendida o los intereses creados distrajeran al Glorioso Inmortal Líder de su misión de conducir cada día la evolución social hacia una forma más eficiente, más perfecta. Una sociedad en la que los viejos descansarían, y en la que no se daría oportunidad a aquellos jóvenes de intenciones oscuras que pretendían ocupar el espacio dejado por la vieja guardia que se retiraba voluntariamente. ¿Qué pretendían subiendo a aquellas torres de marfil de tinta y papel, a perpetuar los viejos vicios, cuando el tiempo de los ideólgos había pasado, cuando tantas gloriosas oportunidades de servir a la comunidad esperaban con una azada, en vez de una holopluma, con una acarreadora de fungofertilizante en vez de una imprenta, en un campo agrario de trabajo en vez de en una corrupta torre de marfil?
Los escritos de Pring Gao sólo fueron el principio de un proceso de autocrítica y purga que retroalimentado en un círculo vicioso alcanzó cumbres nunca vistas. Así llegó una de las épocas más interesantes de la monótonamente convulsa sociedad Zaoniana: la Transformación Ágrafa, también llamada Revolución Anticultural, en la que todos los trabajadores alfabetizados no imprescindibles (y la mayor parte de aquellos que sí lo eran) fueron ejecutados o destinados a trabajos forzados extremadamente duros. Pocos documentos se conservan de aquella época, por lo que nadie sabe a ciencia cierta el último destino del astuto Pring Gao, si acabó sus días en una colonia de mínima seguridad de reciclado geriátrico, si aprovechó el caos desatado para esconderse, o si la misma revuelta que se llevó por delante a sus colegas más jóvenes acabó también con él. El Sistema Político Comunitario Zaoniano prosiguió su camino, fuertemente disminuido de sus elementos más cualificados (y de parte sustancial de su antes inmensa población, de rebote), aunque unas décadas después atravesó una etapa oscura cuando el planeta fue invadido, como consecuencia accidental de una abducción zuchina que depositó a sus sujetos de experimentación en el planeta equivocado, por una colonia de alienígenas armados con palos y piedras, en número de una docena, contra la que los quebrantados zaonianos no encontraron defensa adecuada.
Eventualmente se llegó a un acuerdo con los invasores, que se establecieron en el planeta como la nueva élite intelectual y tecnológica; aunque, como siempre, el Glorioso Inmortal Líder siguió gobernando, llevando a su pueblo por la senda cada vez más gloriosa del progreso.
34.- Quinito Léchiles, niño prodigio.
Llenaba las pizarras holográficas de fórmulas incomprensibles para sus compañeros; hasta los más dotados de sus profesores a duras penas podían seguir su ritmo. Siempre levantaba la mano con la respuesta correcta, era insuperable en todos los exámenes sin esfuerzo aparente, hablaba como una enciclopedia hasta en los minutos del recreo. Los adultos lo elogiaban, sus padres lo mostraban orgullosos a las amistades, sus compañeros lo odiaban con todas sus fuerzas: Quinito Léchiles era un niño prodigio como tantos otros de los que tanto se daban en el planeta Nueva Acrópolis, que tanta importancia ha dado durante siglos a permitir que cada ser humano en proceso de desarrollo se desarrolle en la dirección que estime conveniente, lo que ha resultado en un récord histórico de cinco genios por cada siete intelectos normales, por cada ochocientos setenta delincuentes y por cada ciento dieciocho psicópatas autodestructivos, de una muestra total de mil personas.
El crucero espacial de superlujo "Economic", de la clase Q-3, en el que viajaban los alumnos en viaje de estudios del Liceo Glorioso Chogüí Mártir se vio en una emergencia y hubo de ser evacuado: una de las cápsulas de escape, ocupada por Quinito, seis compañeros de su curso, y una docena de bestias de cursos superiores del equipo de Bloodball de la escuela tomaron tierra, bruscamente pero sin heridas, en una costa arenosa y tropical de un planeta no identificado. Se pusieron cómodos y disfrutaron de aquellas inesperadas vacaciones en una playa paradisíaca que era toda una promesa de diversión y aventuras: la baliza automática de la cápsula ya habría notificado su posición, y había provisiones de emergencia de sobra para semanas. En dos días estaban aburridos como ostras de aventuras y paraíso: los grandullones del equipo de Bloodball retomaron sus entrenamientos y se entretuvieron en dar pequeñas palizas aleatorias a los más pequeños. Los pequeños, a su vez, se desquitaban con Quinito, que era de todos el que esparaba más ansioso la llegada de los socorros.
Esperaron varios días el rescate en vano. Las provisiones empezaron a escasear, y no era tan fácil conseguir suficiente comida para todos. Al fin llegó el momento en que los mayores empezaron a hablar en voz alta de que uno de los pequeños tendría que sacrificarse por el bien de la comunidad: buscaron palos para una buena hoguera, y aguzaron algunos en afiladas estacas en las que ensartar el asado. Les pareció a todos menos a Quinito que aquél era un tema demasiado serio para resolverlo por sorteo; en la votación Quinito fue elegido por unanimidad menos uno.
-¿No os dáis cuenta de que no han venido porque la baliza de la cápsula no funciona? Yo sé arreglarla. - gritó Quinito cuando las estacas ya pinchaban su piel haciéndole sangrar ligeramente.
-No te creo, niñato. ¿por qué no lo has hecho ya?
-Porque vosotros sois tan burros que ni siquiera pensábais que estaba rota ¿me hubierais dejado trastear hace unos días, cuando todos os divertíais tanto?
-Demuestra que sabes arreglarla. ¿Cómo funciona es cosa?
-Es un resonador Dirac de ondas de antimateria. El flujo EPR predefinido es reflejado de una forma codificada que identifica a cada una de las balizas; con él se acompañan datos gravimétricos del plano galáctico para facilitar la localización. ¿Has entendido algo?
-Claro que sí, capullo. Te vamos a dejar que lo arregles, pero como nos hayas mentido, te vas a enterar. Vamos a hacer una nueva votación.
Quinito se sabía tan capaz de arreglar aquella cosa con los utensilios del botiquín de la nave como cualquiera de nuestros lectores que tengan un conocimiento teórico de lo que es la fisión nuclear de fabricar una bomba H con un cuchillo de cocina y un horno microondas; pero al menos había ganado tiempo y durante unos días le dejaron en paz; además los siguientes días las raciones fueron más abundantes: los grandullones le dejaron tomar más de lo que quedaba de las raciones de la nave, ahora que ellos disponían de abundante carne fresca.
A la semana no había hecho ningún avance en lo referente a la baliza de la cápsula, pero consultando un manual tras otros, había hecho algunos progresos con la iluminación, la ventilación, los circuitos de las puertas y algunas otras minucias, avances cuya revelación a los demaás dosificaba cuidadosamente, para darles la impresión de que se acercaba al éxito en el cometido para el cual su vida había sido reservada.
Dos semanas después no quedaba ninguno de los pequeños (elegidos uno tras otro en votación democrática) y la paciencia de los grandes había llegado a su fin.
-¡Maldito capullo! O me dices que la baliza está arreglada o esta noche vas a dar vueltas en la brasa con esta estaca metida por el culo. Vas a ver cómo te gusta.
-La baliza está arreglada desde hace tres días. Ya hay una nave en órbita esperándonos.
-Maldita rata enana. ¿Por qué no lo has dicho antes?
-Porque no me fiaba y porque así he tenido tiempo de arreglar el comunicador. Podemos hablar con la nave.
-Yo no tengo ganas de hablar nada. Que bajen y nos recojan, y que sea pronto o nos dará tiempo de hacer una barbacoa.
-Vais a tener que hablar: hay un problema, y no pueden bajar a por nosotros.
El interior de la cápsula resonaba con aquella voz adulta, amistosa, que parecía esforzarse en parecer serena. Un peculiar eco le daba también un tono solemne y distante, como si fuera un mensajero venido de muy lejos.
-Hola, chicos. Me alegro de que estéis bien. Veréis, tenemos un problema. Ésta fue una zona de guerra, hace mucho tiempo, y habéis caído en un planeta que fue una antigua base militar. Hay todavía algunas defensas en órbita funcionando, y con esta nave no puedo desactivarlas, aunque de momento no son un peligro porque estoy en una órbita muy lejana, fuera de su alcance.
"Pero aunque podría acercarme algo más y mi blindaje podría asumir el daño durante el tiempo necesario para recogeros en órbita, no puedo hacer una entrada en la atmósfera de ese planeta. Tendréis que subir vosotros a unos 150 kilómetros de altura con esa cápsula, y allí os interceptaré y engancharé vuestra cápsula con unas redes de remolque orbital, para ponernos a toda prisa fuera del alcance de las defensas orbitales. Luego, en una zona más tranquila del espacio, podréis transbordar a mi nave. Váis a estar un poco apretados, pero todo se solucionará.
-Oiga, ¿y cómo vamos a levantar este trasto? ¿por qué no esperamos a una nave armada que se encargue de esas defensas?
-Esta zona está llena de contramedidas antihiperonda. Eso fue seguramente lo que estropeó la baliza de vuestra cápsula, y ni vuestra baliza, aunque está arreglada, ni mi emisor, aunque no se ha roto, son lo bastante potentes para ser captados muy lejos. Tendría que dejaros, e irme a buscar ayuda, y vosotros no podéis esperar dos meses más, que es lo que tardaría en ir y volver.
"Con el plan que tengo, podéis estar en mi nave en dos semanas, pero tenéis que esforzaros. Veréis, con los datos que me ha dado vuestro amiguito, veo que hay un fruto en esa zona, una especie de coco de cáscara púrpura, cuyo jugo puede refinarse para suplementar los depósitos de combustible de la cápsula.
-Sí, ya sé cual dices. Hemos probado a comerlo, pero da asco de malo que está, y a uno de los pequeños le obligamos a comerse unos cuantos, para que engor..., para... por su bien, digo, y le dieron vómitos y fiebre.
-Oh, vaya. ¿Y cómo está ahora?
-Er, bien, bueno, se murió, pero se puso bien de eso; está muerto, pero bien.
-Su jugo es muy rico en hidrocarburos; refinado adecuadamente , y combinado con los comburentes que quedan en los depósitos de la nave, servirá para propulsar vuestra nave en una trayectoria balística que la saque de las capas inferiores de la atmósfera. Vosotros no necesitaréis controlar nada; cuando llegue el momento, tomaré el control yo desde mi nave.
"Necesitáis una gran cantidad de ellos, y debéis almacenarlos dentro de la cápsula nada más recolectarlos: la luz del sol y la temperatura alta los estropean. El aire también: no tenéis que abrirlos. Tenéis que trabajar todo el día, durante dos semanas. Para entonces, la cápsula estará a rebosar de cocos, y será el momento de refinar su contenido con un sistema que hay que fabricar con unos tubos, unos recipientes y la fuente de calor de emergencia del botiquín: vuestro amigo Quinito sabe cómo. Cuando llegue el momento, cerrad la cápsula para que el sol no estropee el combustible, refinad el jugo de todos los cocos y verted el producto resultante en una abertura que está señalada con una luz verde. Voy a encenderla yo desde aquí. ¿La véis?
-Si, la vemos. Ahora mismo empezamos a coger los cocos esos.
-Bien. El producto combustible no es perfecto: es mejor refinarlo y verterlo todo de una vez, en vez de poco a poco, para que no de tiempo a que se corrompa dentro del depósito. Así que habrá que llenar la cápsula hasta los topes, y entonces, cerrarla a cal y canto, refinar, rellenar, vaciar de cocos vacíos y subiros a toda prisa. ¿Lo habéis pillado?
Fue una quincena tremendamente dura, de trabajo extenuante y un hambre acuciante: uno de los mayores mató a otro en una pelea, y eso les alivió apenas una noche y un día. Los mayores acarreaban cocos púrpura como bestias de carga, subían a los árboles a arrancarlos, se agachaban a recogerlos de entre la maleza, arrastraban los sacos improvisados con jirones de tela tras de sí, agotados, de sol a sol.
-Maldito enano de mierda. Todo el día dentro de la cápsula. Si no traes cocos tú también juro que te mato y te aso.
-Si me matas, no fabrico la máquina de refinar el jugo.
-De la paliza que te voy a dar ahora mismo no te escapas, niñato hijo de puta.
Quinito se levantó del suelo envuelto en una capa gruesa de arena que su propia sangre adhería al cuerpo y los restos de su ropa con más firmeza. A gatas sobre la playa escupió sangre y lágrimas en un chorro espeso y arenoso: se acordó de aquel holo de las tortugas, y su llanto continuo mientras ponían sus huevos en playas nocturnas, lejanas y tranquilas, muy parecidas a aquella cuyos granos se le metían por la boca y por las heridas de la paliza. Con pensamientos de aquellos holos, de su cuarto y sus chips, de tiempos más felices, se levantó renqueante. El grandullón lo contempló mientras vertía sacos de cocos por la compuerta, hacia el interior de la cápsula.
-Niñato de mierda, mejor que no te hagas el chulo conmigo nunca más, o cuando nos metamos en la cápsula tú te quedas fuera.
-No te atreverás, con ese hombre orbitando ahí arriba.
-¿Por qué no, capullo? He matado a tres tíos y me he comido a siete. No tengo nada que perder. Acuérdate de eso.
Un grandullón más murió una noche, casi de pronto, entre temblores y gemidos. No tuvieron fuerzas para trocearlo ni para asarlo, abrieron sus venas y su vientre, aprovecharon su sangre y sus órganos más blandos. Sólo quedaban diez figuras demacradas, y Quinito, menos flaco, mucho más amoratado, cuando acabaron su acarreo y la cápsula estuvo llena hasta rebosar de cocos púrpura.
-Muy bien, chicos, ¡ánimo!- dijo la voz lejana, por la megafonía externa de la cápsula, que Quinito había podido conectar. Sólo quedaba un mínimo hueco sin llenar de cocos, un corredor que llevaba hasta la zona de la cápsula donde estaban los tubos de refinado, aún sin ensamblar, y la boca de alimentación.
-Voy adentro, a ensamblar los tubos- dijo Quinito, mientras se dirigía al interior.
-De eso nada, tú te quedas aquí, ratita. Los tubos los ensamblo yo, y tú me dices cómo lo hago por los interfonos.
-Tú estás tonto. No vas a saber, y no vas a caber por ese hueco.
-Pues lo voy a hacer yo, porque tú te vas a quedar en esta playa para siempre. Que me he dado cuenta de la intención que tenías, cerrarte ahí dentro, cargar el combustible y marcharte solo.
-No tienes ni idea de nada. ¿Tú sabes lo que pesan esos cocos? Con ellos no levantas la cápsula ni medio metro.
-Eso es verdad, Salton - intervino otro de los grandullones - Esos cocos pesan miles de kilos, fíjate cómo la cápsula se ha enterrado más en la arena desde que está llena.
-Pues será verdad, pero el enano no entra en la cápsula, o le clavo esto. ¡Eh, que se escapa!
Quinito echó a correr como nunca se había creído capaz: nunca había sido un niño ágil, pero estaba en mejor estado que los diez mayores, que habían acarreado muchos más cocos y habían comido mucha más carne en mal estado. De hecho, estaba sorprendentemente poco flaco dadas las circunstancias, y su forma física, aunque mala, le permitió tomar amplia ventaja a aquellos muchachos antiguamente deportistas, que se tambaleaban y arrastraban tras él en una persecución inútil mientras lo llenaban de insultos y amenazas.
-Rata de mierda, vuelve o te matamos.
-Si vuelvo me matáis; aunque vuelva no me dejáis entrar en la cápsula; apañaros solos.
-Te morirás de hambre en la selva, idiota.
-Vosotros no podéis ni moveros, y ya no queda absolutamente nada de comida ¡Que os aprovechen los cocos púrpura!
-Quinito, soy Firuk. Escucha, yo siempre me he portado bien contigo, y te he pegado poco. No hagas caso a Salton, que te tiene manía. Si vuelves y pones esos tubos te prometo que nadie te hará daño y que te dejaremos venir con nosotros en la cápsula.
-Tú no puedes con Salton. Ninguno de vosotros puede solo con Salton. Mientras él esté ahí, a mí no me véis el pelo. Comeros los cocos.
Estuvo un día y una noche perdido en la maleza; cuando volvió a la playa al amanecer sólo quedaban nueve: los huesos renegridos de Salton aún humeaban entre las brasas de una hoguera del día anterior.
-¡¡Quinito!! ¿Quieres carne? ¡Te hemos guardado un poco!- le gritó Firuk, enarbolando una extraña forma que parecía una mano asada, forzando una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.
-No, no quiero. Me voy a poner a refinar los cocos ahora mismo: en unas horas estamos en la nave de rescate.
-Escucha, niño: antes de entrar, convénceme de que no vas a salir tú solo disparado hacia arriba.
-Salton era idiota; espero que tú seas más listo. Todos esos cocos pesan demasiado: hay que cerrar la escotilla para refinarlos, eso es verdad...
-Y la escotilla no se puede abrir desde fuera - le interrumpió Firuk.
-Déjame terminar. No se puede abrir desde fuera sin herramientas, es verdad. Pero los cocos pesan mucho. Cuando se hayan refinado, y el depósito esté lleno (que no va a estar lleno, pero habrá suficiente para una trayectoria balística) hay que sacarlos para ahorrar peso. Pesan mucho más que todos nosotros juntos: hay casi diez mil kilos de cocos, tantos que tardaremos un buen rato en sacarlos todos. Y para sacarlos tengo que abrir la puerta ¿sí o no?
-Vale, te voy a creer. Por si las moscas, los otros y yo vamos a poner todas las piedras y la arena que podamos encima de la cápsula, para que no tengas una tentación. Salton estaba muy convencido de que podías hacer una cosa así.
-Salton era a la vez un tonto y un hijo puta. Seguramente pensaba que eso podía hacerse, y quería hacerlo él. Siempre era el que estaba detrás de cada muerte ¿No te das cuenta de que si sólo volvía él, nadie podría acusarlo de nada?
-Jopé, es cierto. Por eso estaba tan empeñado. Entre tú y yo, enano ¿puede hacerse? Volar sin sacar los cocos, digo. Podemos entrar tú y yo, yo digo que entro a vigilarte, nos vamos y estos que se jodan.
-No se puede, en serio. Ya has visto el espacio que dejan los cocos. El vuelo lo va a manejar el hombre de arriba, y no creo que lo haga hasta que los sensores le indiquen que estamos todos. Para que te quedes tranquilo, coge la cuerda que hay en el equipo de supervivencia, y ata una de las anillas de remolque de la cápsula a un árbol, o a una roca grande.
-Me fio más de la arena y las piedras, pero eso es menos trabajoso. Ya veré que hago. Tú métete dentro y ponte a trabajar. Yo voy a atrancar la compuerta con palos, para que no la cierres del todo.
-Si entra luz de sol, se estropea todo. Ya lo sabes.
-Me arriesgaré. Por si las moscas, esperaremos a esta noche para empezar.
Un entramado de palos y telas cubría las rendijas entreabiertas de la compuerta. En el fondo del habitáculo, más allá de los sacos y sacos de cocos que abarrotaban la cápsula se notaba una luz artificial y un leve y continuo ruido donde Quinito trabajaba. Firuk y los otros velaban junto al fuego, agotados y hambrientos.
Demasiado agotados: cuando despertaron, la compuerta de la cápsula estaba cerrada herméticamente. La fuerza del motor había aplastado y cortado los palos finos y los trapos colocados como traba.
-¡Me cago en todo! ¡corred, poned piedras por encima! ¿Dónde está la cuerda? ¡Quinito! ¡Contesta!
-Hola, Firuk. Me había dormido, pero tengo los interfonos abiertos. ¿Qué pasa?
-No te puedes ir, ¿sabes? Estás cubierto de piedras, y la cuerda está bien atada.
-Ya, lógico. Bueno, no hay problema. No pensaba irme.
-Ah, bien. Abre la compuerta, y vámonos pronto de esta mierda de planeta.
-No, mejor no abro.
-No seas tonto, te prometo que te dejaremos despegar con nosotros.
-Pero es que esta nave no va a ningún sitio, Firuk.
-¿Cómo que no? ¿Es que estás loco?
-Los locos sois vosotros, desde el primer día, desde el primer momento, no habéis hecho nada más que gandulear, abusar de vuestra fuerza, pegar, matar. Nada para mejorar nuestra vida, para salir de aquí, para conseguir comida abundante, para nada bueno. En el fondo os gustaba esa vida. A mí no. Yo estoy aquí dentro muy tranquilo y a salvo ahora, y aquí me quedo. Divertiros.
-Pero estás loco. Te morirás de hambre ahí dentro. ¿Qué vas a hacer, comerte los cocos púrpura?
-Exactamente, tonto.
-El tonto eres tú, te pondrás enfermo, te morirás y te cagarás encima.
-No, capullo. El botiquín de la cápsula incluye un reciclador de alimentos que puede aprovechar perfectamente las materias de estos cocos. No está roto, nunca lo estuvo. Sóis tan idiotas que ninguno de vosotros se molestó ni siquiera en leer las instrucciones, que eran de un modelo antiguo y no se explicaban solas al detectar una pupila humana. Hay suficiente energía en la pila para hacer funcionar el reciclador varios años; y con estos cocos tengo, por lo menos, para tres meses, o más. Vosotros podéis comer carne; el último que quede que se coma a sí mismo trocito a trocito.
-¡No! ¡Estás loco! ¿Y el hombre de arriba, el que nos está esperando? ¡Vas a matarnos a todos! ¿Qué le vas a decir?
-El hombre de arriba no existe, nunca existió, idiota. Cuando caímos aquí escondí mi ordenador didáctico dentro de la cápsula para que ninguno de vosotros me lo rompiera a mala uva. Los dias que estuve solo lo programé con esa pseudopersonalidad y lo conecté al interfaz de la cápsula para que os engañara según las orientaciones que le di. No era un programa muy inteligente, pero desde luego, lo fue más que vosotros.
-Vamos a hacer una buena hoguera ahí debajo, ya verás si sales.
-Te va a faltar leña, porque este casco está diseñado para soportar temperaturas de 2.000 Kelvin durante veinte horas sin efectos en el soporte vital, pero si quieres probar, por mí adelante. Y abrir esto a pedradas tampoco vas a poder. Si supieras un poco de química podrías elaborar explosivos con los cocos púrpura: es verdad que tienen hidrocarburos. Calculo que necesitarías unos mil toneladas para dañar este casco. Muchos años, y creo que ya estás harto de cocos.
-Estás loco, te volverás loco ahí dentro solo, maldito chalado.
-Tengo mi ordenador, y tengo unos cuantos holos, y mejor solo que mal acompañado. Hay una lámina de ósmosis para evacuar desechos: en unos días tendré un poco más de espacio y esperaré más cómodo. Algún día vendrá alguien, y entretanto, nadie me hará daño ni me llamará loco cuando vosotros hayáis muerto, que no faltará mucho. Tengo muy claro que prefiero estar aquí dentro, vivir mi vida yo solo sin hacer daño ni que me lo hagan, dedicado a pensar, a jugar conmigo mismo, que esa vida de ahí fuera, de conspiraciones, de peleas, en la que los tipos que eran tan amigos para unirse contra un grupo más débil se matan y se devoran unos a otros cuando les conviene, y encima se ufanan de ello, como si eso fuera ser verdaderamente humano, como si la única vida posible, la vida verdaderamente cuerda, fuera ésa.
"Y sabes lo gracioso. Que si tú estuvieras en mi lugar, no podrías resistir una vida como ésta y saldrías corriendo a la playa en una semana. Te has ahorrado tener que decidirlo: ya estás fuera. Si pudiera fiarme de vosotros, compartiría con vosotros el reciclador, vosotros traeríais cocos y yo os sacaría el alimento depurado. Pensé hacer eso al principio. Pero más tarde o más temprano me tenderíais una trampa, me cogeríais y me haríais pagar todo lo malo que os hubiera hecho. Y lo bueno, también, porque la gente como vosotros sois así. Diviértete con tus amigos, y buen provecho.
"Por cierto, también puedo sintetizar gas venenoso con este equipo, y dentro de dos días lo soltaré por la playa. Mejor que estéis bien lejos por entonces. ¡Fuera!
Los grandullones supervivientes abandonaron la playa, y Quinito no volvió a saber de ellos. Se quedó allí solo, dueño de su destino, dueño de sus actos, dueño y señor de todo lo que alcanzaba su vista.
Hasta que lo encontraron un mes y medio después, a él tan sólo en todo el planeta, y el pobre Quinito tuvo que pasar a estar de nuevo bajo el yugo de unos padres sobreprotectores que decidieron curar todos los daños que el pobre niño sin duda había sufrido sobreprotegiéndolo aún más, y aquel niño prodigio llegó a la edad adulta convertido en un prodigioso paciente para el hospital psiquiátrico Edipo Complex, en el satélite Bedlam IX.
33.- Herculín Prieto, detective privado a la antigua usanza.
Abandonó su Nueva Triana natal huyendo de la guerra; pasó de refugiado a investigador de moda en la alta sociedad galáctica, la que pasaba sus vidas y sus muertes en lujosos yates, en eternos periplos entre Tanelorn 7 y las playas de las Pléyades. Naves cómodas y seguras, donde la principal causa de mortalidad era el asesinato a manos de herederos: un nicho ecológico a medida para aquel neo-caló de piel aceitunada, casi negra, enjuto y nervioso, atildado y presumido, pero sagaz e infalible desentrañador de misterios, Herculín Prieto, el último detective a la antigua, sin ayudas telepáticas en los interrogatorios, ni cibernéticas en las deducciones.
Él se ufanaba de eso, aunque al mismo tiempo veía que su época pasaba rápidamente. Eran los años anteriores a los protocolos Psi: los ricos vedaban la entrada a los telépatas en sus yates y mansiones, y temían a la incorruptible policía androide más que a los mismos asesinos. Herculín Prieto vivía una muelle, aunque precaria, existencia entre caso y caso, perpetuo invitado de cruceros y fiestas de millonarios, un poco por su encanto social, un poco porque su fama podría ahuyentar intenciones asesinas de los herederos de turno. Iba de cóctel en cóctel, contando sus vivencias con amenidad y agudeza, y calificaba sus casos de mejor a peor, no por su dificultad o por su misterio, sino por cómo se atenían a las pautas clásicas. Coleccionaba y tasaba sus propias memorias, y dictaba sus historias a escritores principiantes: era el último de una raza ilustre, y todos lo sabían.
Su último caso fue, mientras lo investigó, el más satisfactorio y clásico de todos: "Los trece habitantes de la Luna Escarlata", una serie de misteriosos asesinatos en un asteroide-mansión donde, por una plaga local de agujeros de gusano, los vuelos de transbordo se habían suspendido y nadie entraba ni salía. Habían encontrado muerto al sargento mayor retirado Chewbacca Warrigan, propietario de la mansión, asesinado en el dormitorio con una Epilady. Luego hallaron el cadáver de John Lemon, último superviviente de la tribu Fruity, asesinado en la cocina con un exprimidor. La última de las víctimas había sido el sospechoso más evidente: Melkor Satán Hitler Rubalcaba, el conocido pirata Gargajiano, expulsado del penal de Hellraiser VII por mala conducta, había aparecido moribundo, asesinado en el retrete con un rollo de papel higiénico untado de curare, y expiró en los morenos brazos de Herculín tras revelarle con sus finales palabras los datos que lo conducirían al asesino.
Sólo quedaba el servicio: nueve criados y criadas de la poco conocida etnia Burjasita, pequeños seres bípedos de piel oscura y cara inexpresiva, silenciosos y eficientes. Uno de ellos era el asesino, y Herculín ya sabía cual. ¿Tendría cómplices? La anticuada biblioteca de la mansión decía de los Burjasitas que eran individuos sumamente honrados, y que aunque en ocasiones uno de ellos podía inclinarse hacia el mal, jamás en la historia de aquel pueblo un criminal había actuado de otra forma que no fuera estrictamente solitaria y furtiva, sin ayuda, tan incorruptibles eran sus congéneres.
El viejo sargento Warrigan había creído elegir bien el servicio para su asilo de alta seguridad, donde tenía el proyecto de acoger a ilustres perseguidos de la galaxia en un entorno donde nada tuvieran que temer a cambio de sustanciosas cuotas. Desgraciadamente, había un garbanzo negro entre sus contrataciones, y tres seres, entre ellos el sargento retirado del Space Opera Corps, habían pagado con su vida aquel error. Pero gracias a ello, el caso alcanzaba para Prieto una cota máxima de interés.
Con la identidad del asesino para él perfectamente clara, y con un grado muy razonable de seguridad sobre su falta de cómplices, Herculín Prieto podía culminar estéticamente toda una carrera detectivesca completando su colección de casos con su particular joya de la corona: un caso en el que se reuniera a todos los sospechosos, a ser posible en un salón o comedor de mobiliario clásico, tras lo cual el detective, acompañándose de una serie de monólogos y fintas sorpresivas, desenmascararía al asesino. El sueño de toda una vida para un amante de las formas tradicionales.
Así se reunieron todos en su presencia: nueve seres pequeños de tez oscura, callados, ante él, casi tan oscuro y tan pequeño como ellos. Cuando desveló el nombre del asesino ninguno se sorprendió. El sorprendido fue nuestro detective cuando se enteró de que la especie burjasita considera como individuos los grupos telepáticos de nueve seres separados, que forman una sola mente comunal.
Se había quedado a solas con el asesino, que para colmo le superaba ampliamente en número, y muy pronto fue expulsado al espacio sin escafandra, y una nueva víctima se descontó de aquel grupo restante de diez negritos.
32.- Palindrom Ordnilap, cabeza de turco.
Grandes fueron los Antha, si al saqueo y la conquista se los puede llamar grandeza. En tiempos su imperio abarcó gran parte del brazo de Sagitario, hasta detenerse en los límites de la Nebulosa Meta en un extremo, y cerca, o tal vez más allá, de la Vieja Tierra por el otro: los límites son imprecisos, y ha pasado mucho, mucho tiempo.
Un territorio tan extenso a manos de una raza nerviosa y levantisca les dio muchos problemas de administración. La sexta Guerra Civil concluyó con el dominio de la Casta de los Administradores, y llevó al desarrollo de la Gran Cabeza Pensante Palindrom Ordnilap, un colosal dispositivo de inteligencia artificial cuyos detalles técnicos no se han conservado.
La concentración de toda la inteligencia, de toda la sabiduría, de toda la voluntad de las mayores mentes de la historia Antha, se dijo que se había concentrado en la poderosa e infalible Cabeza de Gobierno, cuyas proclamas y edictos se siguieron con ciega obediencia durante siglos.
Hasta que llegó, poco a poco, una etapa de imperceptible decadencia, que se fue haciendo cada vez mayor y más profunda para ojos agudos, y algunos dudaron para sus adentros de la capacidad de la Cabeza, cuya antiguedad ya era legendaria.
Una voz al fin se alzó: tal vez uno de los líderes de forntera, o de los pocos generales competentes. No nos ha llegado su nombre. Más tarde se lo llamó el Rebelde. Una breve guerra que la mítica sabiduría de la Cabeza no supo atajar afianzó en las mentes del pueblo que Palindrom Ordnilap había perdido ya toda capacidad de gobierno.
Al fin, se recibió en los cuarteles generales del Rebelde una oferta de tregua, y de negociación: los cuarteles generales de Palindrom Ordnilap estaban abiertos para el Rebelde; la casta de sirvientes de la Cabeza conducirían al líder sedicioso hasta el Centro Cerrado donde habitaba la magna presencia, para una entrevista cara a cara, en un lugar donde, se decía, ningún hombre había penetrado en siglos.
Tan grande era, aún, la reputación de veracidad y justicia de la Cabeza que el Rebelde no pudo dudar en público de la oferta sin socavar su prestgio, y se tuvo que arriesgar a aquella visita. Los servidores de la Cabeza le acogieron calmada y pacíficamente al pie de su nave, y le condujeron hasta el Sancta Santorum sin incidentes.
Un olor indescriptible, a cerrazón y decadencia reinaba en aquel lugar. La Cabeza se encontraba donde había estado siempre: poco quedaba de ella más que polvo y cables herrumbrados. Los sirvientes entraron entonces, y el Rebelde necesitó pocas explicaciones: la Gran Cabeza había sido un fracaso casi desde el principio; nunca pudo dar órdenes factibles, en poco tiempo se corrompió y murió. Los sirvientes habían detentado el poder en el Imperio desde entonces: un poder que ahora le ofrecían compartir.
El Rebelde rechazó la oferta. Amparados en la tregua, y en la ineficacia del enemigo, sus fuerzas de élite ocupaban por sorpresa el Centro en aquellos mismos momentos. La casta de servidores fue encerrada para siempre con la cabeza muerta que habían simulado servir. El Rebelde proclamó que la Cabeza había sido silenciada y secuestrada por aquellos sivrientes deselales, y que había sido ella misma la que había inspirado su cruzada de liberación.
El poder de la Cabeza fue restaurado, y una nueva casta de fieles servidores con el Rebelde al frente surgió a su alrededor. una nueva casta peor que la anterior, que llevó el Imperio rápidamente a la ruina completa, hasta el punto que de él sólo nos han llegado leyendas, registros abandonados en asteroides perdidos, y los sueños de aquellos tiempos que han captado los telépatas.
Y de todos aquellos sueños, los más hermosos son los que emitía la Cabeza misma, el poco tiempo que vivió: hermosos delirios dulces, como los de un niño que cree que vuela sobre las nubes, que ve extenderse ante él un paisaje infinitamente bello porque no sabe que está muriendo mientras duerme.
31.- Zorraida Velasnegras, vidente (des)engañada.
Abandonó la prostitución para ir cayendo más bajo por la vida. Hacía mamadas a las ingenuidades, ordeñaba orgasmos de esperanza en laboriosos trabajos de manos y de lengua. Una larga carrera con las cartas, vaticinando a los pardillos fama, fortuna y amor le trajeron las dos primeras.
Todos los fines de año galáctico predecía para el siguiente obviedades tan obvias que resultaba chocante que muchas no se cumplieran; de todas formas, de un año para otro nadie llevaba la cuenta de sus resbalones, los medios de comunicación cuidaban mucho de la imagen de un fenómeno que participaba, vía publicidad, con ellos de las ganancias, de una pronosticadora que no acertaba mucho menos, que no se diferenciaba mucho de sus tertulianos, expertos en economía, en política, en lo planetario y en lo galáctico.
Tuvo la idea del siglo: cuñas pregonadas por ella misma en cada uno de sus servicios de adivinación por teléfono. Planetas completos de inversores que confiaron sus modestos ahorros a Timasa, Cartera de Inversiones. Cuando se desató el escándalo y billones de arruinados iracundos la buscaron, creyendo que el pájaro había volado con una cuenta de quince cifras decimales, la encontraron aporreando como una perra abandonada la puerta de las oficinas locales de Timasa, el rimmel corrido hasta las arrugas del cuello, la máscara de maquillaje cuarteada como el estuco barato, llorando por su humillación y por su ruina.
La multitud extinguió bruscamente su sed de sangre y apagó las antorchas. No hubo ira, ni hubo lástima, porque todos compartían la desgracia. Se apostaron en torno a ella, dejándola un amplio espacio vacío de silencio y descrédito. Un espacio que quedó vacío para siempre, porque nadie más creyó en sus poderes de adivinación, nadie le pidió nunca más un vaticinio, nadie pagó por una esperanza que viniera de ella.
Ni ella ni ellos lo sabían, pero en una galaxia sin dioses ella había sido una diosa del futuro, y un dios crece con el temor y la expectativa, y puede soportar el odio y el insulto, pero se cuartea y cae derribado al suelo cuando a todo el que ve su estatua le resulta evidente que es tan sólo una piedra pintada cuyos ojos no ven, una máscara tras la cual sólo anida el vacío.
30.- Merscita Nennito, ejecutora de pervertidos.
Se ofrecía en todo tipo de páginas de encuentros: podía ser una ex-modelo ninfómana, un obeso piloso y pasivo, un preadolescente de doce años necesitado de iniciación, un morfogenético proteico multiforme con fijación por los tentáculos con ligas malva, ofreciendo y buscando satisfacción sin ataduras. Tenía muchos modos ingeniosos de ganarse la confianza de sus víctimas, de pasar los diversos controles que establecía cada uno hasta al fin concertar una cita. Luego, el veneno, la droga hipnótica y un oportuno incendio, un disparo a distancia desde la penumbra, le daban la única satisfacción que ansiaba, y unos pocos días más volvia a sentirse en un mundo un poco más limpio, dulce e inocente, hasta que los efluvios de la suciedad interior de aquella gente asquerosa que la rodeaba volvía a revelársele, en cualquier gesto, en una mirada furtiva, en la negra raíz de la música que escuchaban los jóvenes, y se sentía de nuevo empujada a traer un poco de paz, de pureza, de higiene al mundo, aunque para eso de nuevo tuviera que volver a bajar a los infiernos de aquellos sucios lugares de contactos.
Pero veía que se hacía vieja, y cada vez le era más difícil convencer a aquellos sucios para que dieran la cara, y en las ocasiones en que sus planes requerían sacar adelante una cita, ya no siempre su potencial pareja la encontraba satisfactoria para ir más allá del encuentro de cafetería y quedarse con ella a solas. Tuvo suerte cuando dio con aquellos kits abandonados, ya ilegales, de androides de busqueda y ejecución durante el traslado de los almacenes de la antigua sede policial donde ejercía funciones administrativas: los inventarios no los recogían, y le fue fácil ocultarlos y acabar como su poseedora.
Vampirizando y aprovechando piezas de muchos kits distintos, pudo ensamblar y programar un solo Roboexecuter en bastante buen estado. Tenía conocimientos suficientes para introducirle unos nuevos parámetros de selección de presas, y alli volcó todo el caldo bullente de odios y oscuros prejuicios que la devoraban describiendo su presa ideal, un ser inmensa, indescriptiblemente cruel, insano y sucio.
Su actividad de ejecutora sería ahora una caza coordinada. Su siguiente presa la esperaba, quién sabe si con una caja de bombones y grandes expectativas, en unas horas en la otra punta de la ciudad. Esta vez moriría antes de siquiera verla. Dio una pistola de nanodardos al Roboexecuter y lo dejó irse. Ella se tomaría su tiempo para ir guapa a su cita.
Una hora después cruzó la puerta de su casa y su cara recién maquillada estalló en mil pedazos de rojo por un certero disparo del androide, que llevaba todo ese tiempo esperándola en el jardín. Tal vez cometió algún error al programar a su ayudante, tal vez sus definiciones de lo que era sucio, cruel, loco y perverso estaban demasiado teñidas de sus emociones y el robot llevó demasiado lejos la capacidad de comprender los patrones inherentes al identificarla con una presa.
O puede que fueran unas definiciones perfectas y asépticas, y el programa del ejecutor simplemente las aplicó de forma estricta, procediendo por orden de importancia con el individuo loco y pervertido más peligroso que conocía.
Para indagar en aquel programa tendremos que basarnos, necesariamente, en indicios, como el comportamiento posterior del robot asesino. No podremos examinar las memorias, y nunca lo sabremos a ciencia cierta, porque una vez el androide comprobó fehacientemente la muerte de su primera presa, dirigió la pistola contra su propio cerebro artificial y se lo voló.
29.- Wurbrizc Wreckerholestein, príncipe heredero al tiempo pertinaz y antojadizo.
Había sido más de un milenio de crisis e infortunio en el planeta Asturiax; es en tiempos como esos cuando las masas enfervorecidas vuelven la vista hacia sus familias reales, depositarias y representantes de su unión, de su historia, de su modo de vida.
El príncipe Wurbrizc Wreckerholestein, heredero de la corona, era depositario y representaba el modo de vida del pueblo de forma harto simbólica: pocos Asturiacos cambian de yate deportivo cada tres semanas y de topmodel concubina cada quincena.
Pero había una explicación en esta conducta aparentemente frívola: sabedor de la fuerza representativa, la legitimidad casi sacralizante que emanaba de su condición rde derecho divino, Wurbrizc era consciente de que cualquier marca de deportivo que se viera asociada a su presencia, disfrutaría de una ventaja injusta a la hora de venderse en el mercado. Lo mismo se podía decir de las concubinas.
De todas maneras, el siempre joven y deseado príncipe se acercaba a una edad en la que esos atributos de joven y deseado sólo se reservan a la realeza, y eso haciendo un gran esfuerzo de lealtad mediática a la Corona. Tras una vida de ocio, veía acercarse con pavor la hora que todos los ex-adolescentes hemos visto llegar y temido: la hora de trabajar en algo.
Y, naturalmente, el único trabajo que se espera de un heredero de sangre real es reproducirse. Pero se esperaba de él que lo hicera con una señorita de referencias intachables, sin un oscuro pasado, ni mutaciones, ni implantes vaginales biónicos, ni excesivas apariciones en los astrocalendarios Pirelli. El pobre chico (52 años) nunca había conocido una mujer así, y aunque sus consejeros le elaboraron una lista, dudaba de su existencia.
Le fueron siendo presentadas una serie de intachables y finolis beldades en toda una sucesión de bailes y soireés de gran lujo y esplendor. Los enormes dispendios que este ritmo de vida acarreaba pudieron ser pagados con un contrato en exclusividad con una productora de reality-shows de hiperonda, que retransmitiría todos los pasos previos del cortejo, hasta la misma noche de boda (tras duras negociaciones se llegó a un acuerdo para que durante la noche de bodas no se utilizara cámara de rayos X que traspasara el edredón)
Así comenzó el proceso de elección de esposa y heredera, que fue largo y escabroso. Cuando a una chica no le encontraba un defecto él, se lo encontraban sus consejeros. Cuando no se lo encontraban sus consejeros, el ambiente bastante enrarecido del palacio/plató donde las sesenta candidatas se veían obligadas a residir entre prueba y prueba hacía el resto.
Las pruebas objetivas no eran demasiado difíciles. Baile de salón, pasarela con ramo de flores y tiara de diamantes, posado para sellos de correos, discursos de apertura de pruebas deportivas y culturales, desembarco de las jóvenes en planetas subdesarrollados para hacerse fotos con niños desfallecientes (la productora se vio obligada a incitar un par de pequeñas guerras locales, dado el consumo de planetas subdesarrollados no muy vistos que se traían sesenta aspirantes a princesa). Pero al llegar a la mansión, se desataba el infierno, y la ambición, la competencia, la desconfianza y las conspiraciones iban, por sí mismas, desgastando las posibilidades de una candidata tras otra.
Los primeros meses de emisión se centraron tanto en estos detalles, con notable éxito de audiencia, que los telespectadores ni se enteraron de que una revuelta palaciega había asesinado a los reyes de Asturiax y derrocado a la dinastía Wreckerholestein, ni de que el ahora destronado príncipe se había unido a los restos de su guardia, los más leales de sus criados y dos familias mafiosas que eran sus proveedores habituales de drogas y gachís, para seguir combatiendo al usurpador en la espesura del bosque en una guerra de guerrillas.
Tras tres años de durísima lucha, plagada de escaramuzas, traiciones, y todo tipo de atrocidades, un endurecido, pero socavado Wurbrizc reconquistó su reino y se autoimpuso la corona, arrancándola de la cabeza empalada del usurpador, su archienemigo que se había impuesto a sí mismo el título de Iruxabi Primero, el Pugnaz. Al tiempo que se coronaba, se autoproclamó Wurbrizc Quinto, el Pertinaz, rey de Asturiax, ante todas las cámaras y micrófonos del brazo de Sagitario. De esta bella ceremonia, cabeza empalada incluída, se dijo que había recuperado toda una serie de antiguas y ricas tradiciones ya casi olvidadas, lo que recibió la aprobación general.
El antes autocomplaciente e inmaduro Wurbrizc no tenía ahora tiempo que perder; acompañado de su Guardia de Honor, que eran al mismo tiempo sus fuerzas especiales, lo que evidenciaba su nuevo espíritu marcial aunque práctico, se dirigió a los estudios de Serrallo TV, donde tras ciento setenta exitosas semanas, aún se rodaba y emitía "Una princesa se procesa", el reality del que, se suponía aún, iba a salir su consorte.
En aquel preciso momento y lugar se resolvió el contrato (mediante los utilísimos poderes que concede la inmemorial Cláusula Cisneros, que concede preeminencia legal a la parte con superioridad artillera) y allí mismo, sentado en un trono improvisado, el rey Wurbrizc anunció que iba a elegir a su compañera.
-Aunque el contrato con Serrallo Tv ha sido resuelto de mutuo acuerdo por ambas partes, me considero atado por la palabra y el honor real a la hora de decidir que la nueva princesa consorte (pues en Asturiax no se concede el título de reina hasta que no han parido un heredero) salga del grupo de hermosas y respetables señoritas que han intervenido en este concurso, pues lo contrario sería un pago injusto a los considerables desvelos y molestias que han tenido que soportar todos estos años, sólo impulsadas por la esperanza de algún día compartir mi trono.
"Así que una de ellas será mi esposa, y princesa, pero, os advierto, nunca será reina. Sufro unas irreparables secuelas de todos estos largos años de guerra, de muchas heridas y sufrimientos, entre los que mi periodo de prisión y tortura en la cheka de Hellraiser V, nuestro satélite penal, no son los menores, así que, desgraciadamente, aunque daré todo mi amor, y todos los honores y prebendas a mi elegida, nunca podré engendrarle un heredero.
"Es el destino que la dinastía Wreckerholestein se extinga conmigo; es mi voluntad que, a mi muerte, también se extinga en Asturiax la monarquía, y dedicaré los años de vida que me quedan a preparar la sociedad y las leyes para un régimen más igualitario y estable, que evite para siempre un horror como los años de guerra pasados, y que restaure la antigua prosperidad de Asturiax.
"En esto me acompañará mi esposa, a la que ahora designaré.
"Han pasado tres años, y parece que haya pasado un siglo, pero de aquella feliz vida anterior a todas estas luchas recuerdo a una dama delgada y enérgica, de ojos profundos y eterna sonrisa. Sólo ella de todas las candidatas conmovió mi corazón, y a ella la elijo.
"¡Izia de Legislovivlis, da un paso al frente y toma esta corona que te ofrezco!
Un murmullo preocupado comenzó a circular entre los presentes. Uno de los chambelanes del palacio Serrallo se acercó al rey, y le dijo.
-Majestad, vos seguramente no podíais seguir todas las emisiones desde vuestras cavernas en los montes, o vuestra celda en Hellraiser V, sin duda la recpeción de hiperonda era pésima, pero lamento comunicaros que la señorita Izia de Legislovivlis, que en los pronósticos de muchos de nosotros, empezaba a destacarse como la futura reina poco antes de vuestro infortunado destierro, murió muy poco después del inicio de las revueltas, en un desgraciado accidente en el que estuvieron implicados una ducha, un cable de 500 voltios que alguien se dejó olvidado allí, sin duda sin malicia, y una envoltura aislante especial para dicho cable, sensible a la urea, que se disolvió cuando la difunta Izia de Legislovivlis tuvo a bien orinar en la ducha, capricho al que era muy aficionada.
"Dado que las cláusulas de su contrato con la productora preveían que, en caso de muerte, todos los derechos de explotación de sus restos nos pertenecían, su momia está expuesta en la exposición temática para visitantes del sótano, aunque pasado tanto tiempo, pocos seguidores del programa aún la recuerdan. Así que, con todos los respetos, temo que su majestad tendrá que elegir otra consorte.
Mucho habían sufrido el cuerpo y la mente del rey Wurbrizc el pertinaz en sus años de lucha: la carcajada de resonancias diabólicas en que prorrumpió, cuyo enorme estruendo reverberó por todas las columnatas del Serrallo, y que duró más de tres minutos, asustando a los gorriones de los jardines interiores y arrancando pequeñas porciones de estuco de los techos, era indicio de ello. Lo que dijo a continuación, sin duda, también.
-¡¡¡Es lo mismo!!! ¡¡¡ES LO MISMO!!! ¡Mi casa está muerta, mi dinastía, la monarquía, y hasta este planeta lo están! ¡Que sea una muerta quien ocupe el trono junto a mí! JA JA JA JA JA JA JA JA JA
El rey estaba rodeado de sus soldados más leales y fieros, que estaban dispuestos a cumplir, y a hacer cumplir, cualquiera de sus órdenes. Así que los chambelanes de Serrallo Tv no lo contradijeron. Gracias a un nuevo descubrimiento, el Clorato de Zombicina, se podía reinstaurar en un cadáver medianamente conservado una apariencia limitada de vida, la suficiente para cumplir con las limitadas obligaciones de su cargo, ya excluída, como estaba, la reproducción. El nuevo ser moviente y consorte, de la categoría legal No-muerto, a la que legalmente se les reconocía derechos cívicos, aunque se les añadía el prefijo Mort para evitar confusiones, tendría una limitada capacidad de movimiento, pero serviría para sentarse (algo envarada) en el trono y posar junto a niños famélicos y como motivo de los sellos de correos. No podría leer sus propios discursos, pero la mayor parte de los monarcas vivientes tampoco los escriben, ni realmente los leen.
El rey, su guardia de honor, y todos los presentes, le rindieron homenaje en su trono, y pronunciaron el saludo ritual:
¡SALVE, MORTIZIA, PRINCESA DE ASTURIAX!
28.- César Pérez de Mortadela, alpinista y senderista ecologista y consumista.
César Pérez de Mortadela, alpinista y senderista ecologista y consumista, disfrutaba intensamente de aquellas vacaciones verdes en los parajes más vírgenes de Adena 5, tierra natural mantenida premeditadamente intocada por los males del progreso tales como el ruido, la polución, el transporte rápido y cómodo, las vacunas contra las fiebres de malta, los conservantes que previenen el botulismo y los hoteles baratos para turistas (la yurta de uretras de vaca cosidas donde dormía le costaba el equivalente al alquiler de un apartamento de semi-lujo en primera ínea de playa en Marvella 7).
Un amanecer decidió emprender la subida del principal monte de las Ramtops Adenianas: El Matacahabras. El aire limpio, con olor a nieve, y el hermoso amanecer cuyo festival de tintes cerúleos y púrpuras armonizaba con los mil colores de las florecillas de montaña, le llenaron la cabeza de una profunda, casi dolorosa sensación de cercanía a la tierra.
Un inoportuno resbalón y la consiguiente caída en picado barranco abajo también contribuyeron a llenarle la cabeza de una profunda, ("casi") dolorosa sensación de cercanía a la tierra. Cuando los nativos de la Meseta de Camelopatia, al pie de la cordillera de las Ramtops adenianas lo encontraron días después, les costó cierto esfuerzo desincrustarlo del trozo de permafrost en el que había quedado sepultado, con sólo las piernas asomando a guisa de banderines.
Había sobrevivido a la caída, el impacto, el shock posterior, la hipotermia y la hipoxia gracias al autodoc de respuesta rápida que llevaba integrado en el casco de alpinista. Desgraciadamente para él, éste había quedado muy dañado y ya había dado de sí todo lo que podía. Cuando los lugareños sacaron el cuerpo de César Pérez de Mortadela del mini cráter que había formado en su caída, el casco-doc se negó a ser rescatado, y tras entonar la dosis de rigor de canciones populares inglesas, activó una pequeña carga explosiva de autodestrucción que dejó sellada aquella hendidura como el lugar de eterno descanso de una valiente inteligencia artificial.
Aquel osado alpinista tenía una serie de contusiones y fracturas en proceso de curación, nada que no pudiera solucionarse incluso sin autodoc con un poco de reposo y una dieta sana. El reposo estaba asegurado en un lugar donde el que se levantaba de la cama un solo momento podía verse luego obligado a luchar por su disfrute con el jabalí semental que es el orgullo de cualquier hogar de la región, y la dieta de aquellas tribus de la meseta de Camelopatia, consistente en un 80 por ciento en queso de diversas variedades, y en el 20 por ciento restante, en un postre típico de aquellas zonas hecho de leche rancia y al que llaman "Puarghh", podía, desde luego, considerarse sana, dado el vigor y la impresión general de salud que mostraban todos los parásitos, microscópicos, macroscópicos y hasta astronómicos, que habitaban en el queso de aquellos pueblos (aunque curiosamente, muy pocos gusanos encontraban apetitoso el "Puarghh")
Pero si había una lesión en César Pérez de Mortadela que el curandero alternativo de la tribu encontraba preocupante (en aquel pueblo no eran amigos de la curandería oficial, por encontrarla demasiado comercial y dogmática, y habían puesto su salud en manos de un tal Amanito Muscario, que desempeñaba su función de curandero alternativo más bien a su pesar, en cumplimiento de una condena de servicios sociales que le había sido impuesta por intento de envenenamiento múltiple. Los nativos de Adena 5 no creen en un sistema judicial que incluya castigos crueles e inhumanos como la pena de muerte, la cárcel, o los insultos excesivamente gruesos).
Resulta que el paciente presentaba un abultamiento tumefacto en la zona superior de la bóveda craneal. Eso, que en la literatura médica avanzada del resto de la Galaxia se describe con frecuencia con el término "chichoncillo", era un síntoma completamente ajeno a la fisiología de los montañeses adenianos, cuyo cráneo, excepcionalmente grueso, lleno de tejidos duros sin apenas espacio para el encéfalo, sólo reacciona a los golpes de dos maneras: quedándose igual, o entrando en ebullición metaestable que acumula presión interna y desemboca en una espectacular explosión de la bóveda craneal, con potencias de un rango de entre 0,02 y 0,07 tones. (No se extrañen. Esa peculiar fisiología craneal de los lugareños proviene del hecho de ser descendientes endogámicos de los primitivos colonos de Adena 5, hippies ecologistas naturistas de la Antigua Tierra, de los que han heredado, aumentados, todos sus caracteres atávicos: cabezas duras, con frecuencia huecas, aunque bullendo de ideas explosivas.)
Ante aquel bulto desconocido, el curandero alternativo se vio obligado a tirar de manual, y aplicar los principios fundamentales de la Medicina Camelopática, o lo hubiera hecho si hubiera recordado que el Manual estaba calzando la cama del enfermo, excepto la parte de ginecología, que había sido devorada por el jabalí de la casa. El curandero Amanito se limitó a recordar la máxima definitoria de la Camelopatía: "Un principio que en grandes dosis causa un mal, en pequeñas dosis lo cura", así que ante un mal causado por un fuerte golpe en la cabeza comenzó unas sesiones de terapia consistentes en tandas de sesenta golpes en el cráneo con un martillo de mediano tamaño (en la meseta no hay martillos de pequeño tamaño. Para las labores en las que se necesitaría un instrumento así los lugareños usan los salchichones típicos montañeses, sabrosos pero un poco durillos)
Dado que tras ese tratamiento el bulto del paciente no mejoraba, e incluso tendía a desarrollar metástasis, Amanito el curandero aumentó la dosis. Tenía tiempo para aplicar la cura: el globo de aire caliente bajo en emisiones de efecto invernadero, el único medio de trasporte aéreo permitido por las autoridades en la atmósfera de Adena 5, no podría cruzar los desfiladeros hasta la calma chicha de los ocho días de medio verano, seis meses después
Afortunadamente para él, los parientes del alpinista enfermo sobornaron a un Naumáster Zuchino para que lo abdujera con su nave cucurbiforme pocas semanas después, y César Pérez de Mortadela pudo contar su enriquecedora aventura en plena naturaleza, hasta el punto de que los defensores de la curandería alternativa y de la Medicina Camelopática afirman que el osado montañero nunca quiso volver a usar un cascodoc convencional alopático.
Aunque otros dicen que si no los usaba es porque nunca volvió a encontrar un casco que se ajustara bien a la forma que se le había quedado en la cabeza.
27.- Zófilo Labordeta, criador de campeones.
Pese a que ocurrió hace ya dos años, los más viejos aún recuerdan la catástrofe del planeta turístico Tanelorn 7. Las horrendas inundaciones globales que ocurrieron como consecuencia del poco meditado intento de instalar una lente solar orbital sobre los polos para favorecer la incubación de las crías de los pingüinoides que habían convertido aquel mundo en su segunda residencia se abatieron en forma de olas de sesenta metros de altura en las superpobladas costas de las zonas cálidas del planeta, ocasionando numerosas víctimas y atrayendo un intenso tráfico a los colapsados astropuertos de naves hasta los topes de miembros de organizaciones benéficas, de periodistas, de curiosos y de saqueadores (no siempre bien diferenciados unos de otros).
Una catástrofe humanitaria de este tipo deja siempre muchos cabos sueltos que nadie tiene tiempo de reparar, y a los dirigentes de una prestigiosa asociación benéfica llamada ASNNO (Arca sí, Noé No) se les ocurrió que uno de ellos era la gran cantidad de mascotas sin dueño que vagarían por las ruinas, abandonadas por unos dueños irresponsables que habían cometido la frivolidad de morirse sin tenerlos en cuenta. Se organizó un rápido y eficiente operativo a este efecto, con la ayuda de voluntarios dispuestos a acoger temporal o definitivamente a los animalitos, voluntarios entre los que se encontraba el siempre bien dispuesto Zófilo Labordeta.
Logró repartir las mascotas que le fueron asignadas más o menos rápidamente (utilizaba con sus amigos y conocidos diversas variantes de persuasión, súplica, timo y patada en la puerta, medios sobradamente justificados por el fin) pero reservó para sí una mojada y minúscula bola de pelo de una especie de felino que parecía conservar todavía toda el agua de las inundaciones; una pelusilla frágil de ojos cerrados que rechazaba casi todo alimento y de la que no se pudo encontrar una clasificación precisa.
Con esfuerzo y paciencia logró sacar adelante aquella cosita que se debatía indecisa al borde de la vida, probando una y otra vez combinaciones de leche y alimentos, de temperatura y humedad. Su llanto débil y exangüe fue día a día, de forma imperceptible, conviertiéndose en un berrido sonoro y penetrante, de una intensidad comparable a un turboreactor de pasajeros, sonido que Zófilo acogió feliz como una muestra de salud, pese a que aquella cría exhibía ufana esas muestras de salud unas veinte veces cada noche.
Pero había tantos detalles que le llenaban, que le emocionaban, compensando todos sus desvelos. Al fin aquella bolita que iba poco a poco dejando de parecer un mechón de pelo mojado y sí un curioso cojín de piel de leopardo abrió unos bellos y redondos ojos verdes, que desde entonces siempre le siguieron por donde fuera. Empezó a comer casi por sus propios medios, y a llorar como una sirena de la policía Decapolitana sólo seis o siete veces al día, cuando él la abandonaba para cualquier asunto, como ir al baño o dormir.
Tomó la costumbre de evitarse los efectos de esa polución acústica (los de otras poluciones lo soluciónó con unos pañales: en unas semanas había crecido hasta el tamaño de un bebé humano) llevándolo siempre en brazos, con la ayuda de un arnesito improvisado. Iba con él una mañana que abrió la puerta y se encontró con dos alienígenas con pelos y dientes por todas partes, de unos dos metros y medio de alto y unas garras enormes y amenazadoras apenas disimuladas en guantes de cuero negro.
Fueron muy educados, y acuclillados sobre su moqueta, bebiendo a lametones sendas jarras de litro llenas de leche con mucho cuidado de que los ocasionales latigazos de sus colas de metro y medio no tiraran ningún mueble auxiliar, le explicaron a Zófilo la situación. Su pequeña y exigente bolita de pelo era una cría de Xotraltún, la misma raza a la que ellos pertenecían. Xotaltrún en su propio idioma significaba "campeón". La familia de la criatura había sido aniquilada en la catástrofe de Tanelorn 7, y eran una civilización poco conocida, así que no era tan extraño que fuera tomada por un animalito. Ni siquiera los de su planeta natal, sabiendo de la muerte de los padres y de la desaparición de la cría, habían pensado que fuera urgente una búsqueda: hasta entonces, nunca un Xotraltún recién nacido había sobrevivido sin los cuidados de su madre o una de sus tías, ni siquiera en su planeta natal, por lo que además de aquel aviso debían darle una felicitación.
-¿Así que es racional?- preguntó Zófilo mirando a su pequeñuelo, que estaba jugando a poner las mismas bolitas que unos días antes sólo mordisqueaba y babeaba, en disposiciones regulares sobre la mesa. -Tal vez debería haberlo sospechado.
-Racional, muy inteligente, y de desarrollo físico y mental mucho más rápido que el de su raza, señor Labordeta- le contestó uno de los enviados Xotraltunes.- Según los registros, tiene un mes de edad, y en algunos aspectos eso equivale a los seis meses humanos, y en otros, a los cuatro años. La tabla de equivalencias es muy compleja. En unos dos años será un adulto, aunque su desarrollo completo no llegará hasta los siete. Pero sin duda, ya le ha llegado el momento de que sea estimulado para el habla. Como es lógico, usted no podía saberlo, así que no ha cuidado su desarrollo en este tema tan bien como en otros, pero ya debería estar articulando palabras sencillas.
-Sus primeras palabras. Supongo que ya no tendré ocasión de oírlas. ¿Puedo ponerme en contacto con ustedes, con su familia, para pedirles noticias de él de vez en cuando, o sus costumbres no lo permiten?
-No entiendo, señor Labordeta- dijo el más joven de ellos, que se había presentado como Estrangulador de Animales, arqueando sus orejas en un gesto de extrañeza.
-Han venido ustedes a llevárselo ¿no?. A devolverlo con su familia...
-Nuestra sociedad es distinta a la de ustedes, señor. Esta cría no tiene padre, madre, ni tías. Carece de derecho alguno según nuestras leyes, y no tiene sitio en nuestro mundo. El honor de nuestra raza nos hubiera obligado a protestar si hubiera sido cuidado con negligencia, y hubiéramos castigado con severidad a quien hubiera causado su muerte de forma intencionada, pero no tenemos ninguna otra obligación con él, y su único destino es la eutanasia, que mi acompañante Estrangulador de Animales llevará a cabo una vez nos lo haya entregado y en el mismo momento en que hayamos salido de esta vivienda, en señal de respeto a usted y a la hospitalidad que ha brindado a uno de nuestra raza.
-Pero, pero... ¡Pero eso no puede ser! Es una barbaridad, yo, yo, ¡no voy a permitirlo! - se agitó Zófilo en un arrebato de valor que le llevó a enfrentar su mirada con uno de aquellos visitantes de doscientos kilos de músculo y garras mientras se aferraba a su querida bolita de pelo, que había empezado a lamer sus manos con una lengua áspera como el papel de lija.
-No entiende usted bien la situación, señor Labordeta- le respondió el mayor de los Xotraltunes, serenamente.- Nuestras obligaciones con esta cría tan lejos de nuestro planeta, en sentido estricto ni siquiera incluyen la eutanasia. Somos una raza altamente territorial, y este no es territorio de ninguna de nuestras familias. Hemos asumido esta responsabilidad en previsión de un grave conflicto diplomático, que se desatará sin ninguna duda cuendo esta cría crezca y comiencen las muertes.
-¡Oh, mi...! Er... ¿son ustedes una raza agresiva? Perdone si la pregunta le ofende, lo que quiero decir, si usted me entiende, es que, no sé cómo decirlo, er...
La mirada fría y penetrante de aquelos gigantes de garras afiladas no cambió cuando contestaron, en el mismo tono calmado y formal.
-Le he entendido, señor Labordeta, y no estamos ofendidos en absoluto. Comprendo que usted no conocía nuestra especie antes de ahora, así que para su información y su tranquilidad le informo de que somos una raza extendida y ampliamente aceptada en todo este brazo de la Galaxia, desde Sagitario hasta los lindes de la Nebulosa Meta. Nuestra capacidad de colaboración con otras civilizaciones goza de alta consideración, y en concreto el último estudio realizado por la Fundación Marx Sagan nos asigna un índice de 7,6 en la Escala de Cooperación de Civilizaciones Darwinianas (ESCOCIDA)[1] Por ejemplo, la raza humana de origen terrestre tiene asignado en esta misma escala un índice de 7,2.
"Un Xotraltún adulto no utiliza habitual, ni instintivamente la violencia en sus relaciones con otras razas. O no más que muchas razas consideradas apacibles. De hecho, seguro que no sabe que en los cuatro planetas de este sistema habitan entre quinientos mil y dos millones de Xotraltunes, en su mayoría inmigrantes ilegales, machos solteros sin herencia, que malviven en condiciones míseras, alquilándose para cualquier trabajo legal o ilegal con el sueño de reunir bastante dinero para volver a nuestro planeta y allí optar a fundar una familia. Y con todo eso, no hay muchos informes de delitos propiamente violentos.
"La violencia en nuestras relaciones, que admito que sí es frecuente, queda reservada para nuestras relaciones internas, familiares, políticas, económicas, y siempre sujeta a unos códigos muy estrictos, análogos al que ustedes llamaban "caballeresco". Este código fue desarrollado de manera empírica durante decenas de siglos para que se ajustara lo mejor posible al instinto natural de nuestra especie, encauzándolo a un sistema de convivencia que afianzara la paz y la civilización, y si, como deduzco de su algo nerviosa declaración de intenciones anterior, "no va a permitirnos" ejecutar a esta cría porque es su intención seguir con su crianza, le comunico que estamos dispuestos a "permitir que no nos lo permita", por razones que, le ruego que me crea, no tienen nada que ver con lo intimidador que pueda volverse usted cuando se excita.
"¿Quiere proseguir la crianza de este Xotraltún? Por nosotros, muy bien. Pero debe quedar constancia de que es por su petición expresa, de que asume usted toda la responsabilidad, y de que se compromete a educar a esta cría en nuestros tradicionales códigos de honor. Esta exigencia no se debe a fundamentalismo o proselitismo por nuestra parte, sino a que tenemos por hecho comprobado que es la única formación que permitirá al cachorro cuando crezca, dominar sus violentos instintos naturales y encauzarlos a una búsqueda de la autosuperación en el marco de una sociedad pacífica y civilizada. Va a tener usted que comprar un montón de libros y otros objetos, pero me divertirá asesorarle.
Los dos Xotraltunes se incorporaron y adoptaron una pose formal, rígida, adecuada para la ocasión.
"Ponga a la cría junto a su tórax o, en su defecto, un poco más arriba del estómago, por favor. ¿Se compromete pública y solemnemente a adoptar a esta cría, advertido de todas las consecuencias de ese compromiso y de que este ritual podrá ser grabado para mayor seguridad?
-Me comprometo- dijo Labordeta, firmemente, sosteniendo a su cachorrillo entre las manos.
-Repita conmigo: Baar-Mix-Vaah
-Baar-Mix-Vah
-Jah-Nuhk-Kah
-Jah-Nuhk-Kah
-Yomkih-Purgh
-Yomkih-Purgh
-Klaatu Barada Nikto.
-Klaatu Barada Nikto.
-Sea, señor Labordeta. Ritual concluído. A título puramente personal, sin respaldo oficial del gobierno que represento, ni expectativas de reconocimiento de derechos ciudadanos, yo le llamo "Kamoragh Xal-Ta'al", "Padre criador de un futuro campeón", y le deseo sinceramente suerte.
"Kamoragh Xal-Ta'al Zófilo Labordeta, mi nombre es Ta'ar Zang Dar-Winhg, Duque embajador itinerante, y le saludo. Mi acólito, Hangh-Ing-Tree, cuyo nombre gremial de Estrangulador de Animales ya conoce, también le saluda. Le enviaré un mensajero con una lista de toda la documentación pedagógica necesaria, y donde puede adquirirla. Me complacerá prestarle algunas escrituras e instrumentos sagrados, en el rastrillo de la parroquia tengo muchos. Tal vez habilitemos una línea directa para consultas imprevistas con alguna institución educativa, habrá que negociar el tema de la financiación. Le tendré informado. No es necesario que nos acompañe a la puerta. Buenas tardes.
-Buenas tardes y gracias, señores. Sé que asumo esta responsabilidad en un impulso, pero estoy verdaderamente determinado y sigo el dictado de mi corazón. Le agradezco toda la ayuda que pueda brindarme en el tema de su educación caballeresca, para que ni mis vecinos ni yo tengamos nada que temer.
-Sus vecinos no tendrán nada que temer, pero usted tendrá tiempo para hacerse una idea del peligro que corre.- respondió el Duque.
-¿Por qué? ¿Qué quiere decir?
-Debí darme cuenta de que las consecuencias de esta adopción no le resultaban tan claras. Verá, una cría de campeón sana de mente y bien educada no deberá dar ningún problema de convivencia con otras especies, aunque puede causar lesiones accidentales a compañeros de juego si éstos no se eligen bien, semejantes a él en agilidad y fuerza. La violencia está circunscrita estrictamente a nuestra ética interna. La única manera de que un Xotraltún acceda al estatus de adulto y a la plenitud de derechos cívicos es desafiando a su padre, o jefe de su manada, a un combate a muerte. Un Ta'al, un cachorro, debe esperar un mínimo de dos años para que este reto se considere en serio, pero para desafiar a un macho dominante fuerte y sano es prudente esperar hasta siete años, el momento en que un adulto alcanza su máxima fuerza.
"Pero este Ta'al, este cachorro, en menos de un año será más grande y fuerte que usted. Por su aspecto, calculo que en un año medirá un metro setenta y pesará setenta kilos, muy ágiles y flexibles, con unas garras de ocho centímetros de una dureza de 4 en la escala de Mohs. Usted mide un metro sesenta y ocho, y pesa... setenta y nueve kilos. Un cierto sobrepeso, vida sedentaria, y garras blandas de queratina, apenas vestigiales -todo aquello lo dijo durante una rápida mirada, glacial, calculadora, de cazador que recorrió todo el cuerpo de Zófilo y le hizo estremecer por la impresión de imaginarse a sí mismo abierto en canal y colgado de un gancho.
Zófilo miró aquella bolita esponjosa que sostenía entre sus manos; sus ojos viajaron rápidamente de aquellos ojitos verdes de brillo inocente que sostenían continuamente su mirada, sin el más mínimo parpadeo, a la boca llena de colmillos finos como agujas, pero tan fuertes y afilados que le había visto mordisquear una chapa de plastiacero para ayudarse con la dentición. Las manos, su voz, temblaban cuando alargó el cachorro a los Xotraltunes adultos.
-Llévénselo. Yo no puedo quedármelo.
-No, señor Labordeta, ya no es asunto nuestro. - le respondieron casi sin mirar, sin coger aquel bulto peludo, prosiguiendo hacia la salida - Usted ha aceptado formalmente su custodia, haga usted lo que vea conveniente. Ya se informará más completamente de nuestro código de familia cuando reciba la documentación, pero le anticipo que la patria potestad le da derecho de vida y muerte sobre su hijo. Un infanticidio causado por miedo no le haría muy popular si viviera en nuestro planeta, pero es estrictamente legal y le garantizo que nadie tomaría represalias. Pero si lo tomó en sus manos durante el ritual, la vida de este ser, su muerte, y la propia vida y muerte de usted, señor Labordeta, deben salir, desde este momento, de sus propias manos.
La puerta se cerró y quedó sólo. Las manos de Labordeta aún temblaban cuando se acercaron al leve, diminuto cuello del cachorro, intentando tomar fuerzas y valor para un empuje súbito, rápido, definitivo. Los ojitos verdes enmarcados en pelo gris no se apartaban de él, su boca dejaba entrever una áspera lenguecilla rosada y los cuatro incisivos con los que mordisqueaba juguetonamente la ropa y el calzado. La lengua y la boca se movieron lentamente, pero con un claro objetivo.
-Zz'ffilo. Zz'filo. Pa. Bo'rrdeta. Pa. Zóffilo. - Era la primera vez que pronunciaba el nombre de su padre.
-Moisés, Mosisillo.- Era la primera vez que daba un nombre a su hijo. Siguió hablando entre lágrimas, cada par de ojos fijo en el del otro- Eras un pobre bebé salvado de las aguas por gente que no te conocía, que no era de tu pueblo. Cuando te libraste del yugo, y mataste a un hombre, y liberaste a tu pueblo y marchaste con ellos al desierto a dictar y vivir bajo leyes duras como piedras ¿recordabas a quienes te criaron? ¿Tu corazón albergaba un recuerdo, una ternura por aquella gente que hizo lo que no debía porque no era como tú, porque no podía evitar tener un corazón blando?
Juega a las cartas con Mosisillo, y pierde siempre. Cocinan juntos, y él usa las garras para cortar las verduras en juliana. Ha logrado que tolere la Lasaña. Le ha inculcado firmemente que nunca inicie juegos violentos sin avisar, para que le de tiempo a ponerse el protector acolchado. Toma de los rituales arcanos lo que le place, y le deja jugar con la consola: es todo un espectáculo verle alcanzar puntuaciones nunca vistas mientras su cola azota el aire como un látigo. Zófilo mira a sus ojos mientras juega: esa mirada verde, salvaje y hermosa que reza por no ver un día vuelta contra él con el brillo del antagonismo, ni por verla apagada en la bruma y las pupilas dilatadas de una muerte por veneno si llega el día tan temido en que se vea obligado a usar las cápsulas fulminantes que se ha hecho implantar debajo de las uñas.
Desde el inicio de la vida, padre e hijo se han enfrentado, de un modo u otro, llegada la hora. ¿Debe permitir que esa sombra final oscurecezca el amor de un paseo juntos, de la mano, cogiendo flores, cazando insectos, por entre la hierba recién brotada de la primavera?
Notas:
[1] La ESCOCIDA no es la única escala utilizada para medir la capacidad de una civilización de convivir con otras. En este campo tradicionalmente ha sido muy popular la ya obsoleta Escala de Alianza de Civilizaciones Zapatero-Jatami, actualmente en desuso por ofrecer sólo dos puntuaciones: "Progresa adecuadamente" y "Necesita Mejorar"